Cecilia Widell-Bauder se dedica a la ruta jacobea, pero desde el inicio de la pandemia no pudo pagar el alquiler de su albergue
El coronavirus está poniendo en la cuerda floja a una de las comunidades más fuertes de Galicia: el Camino de Santiago. Un ejemplo es la alberguera medio venezolana medio sueca Cecilia Widell-Bauder.
En marzo del 2020 puso rumbo a Samos para comenzar la temporada del Camino. Allí regenta Casa Licerio, uno de los hospedajes para peregrinos más antiguos de Samos, que lleva funcionando desde los años 70. Pero la pandemia la obligó a dar media vuelta hacia Suecia, donde reside en la temporada baja del Camino, de octubre a febrero.
Su dedicación única es la ruta jacobea, así que durante estos doce meses ha sido incapaz de pagar el alquiler.
Hace una semanas, Cecilia se vio obligada a lanzar un crowdfunding (una micro financiación colectiva) para que quien quisiera pudiera donarle dinero para afrontar el alquiler de Casa Licerio y volver al Camino una vez pase la pandemia. La respuesta fue inmediata y numerosos peregrinos que habían dormido en este albergue de Samos aportaron su granito de arena para que Cecilia no abandone el Camino Francés.
A día de hoy, ya reúne alrededor de la mitad de los 3.600 euros que son su objetivo. Por el momento, tiene cubiertos tres meses de alquiler. «Estoy muy sorprendida del apoyo que recibí», cuenta entusiasmada Cecilia. Esta alberguera es la primera vez que se para a fijarse en las cifras de su negocio, pero solo porque el covid la ha obligado.
Antes que gerente de Casa Licerio, fue peregrina. Hizo el Camino sola y después con su pareja, en el 2017, con la que casualmente se quedó a dormir en el albergue que ahora es suyo. Los dueños le contaron que tenían que volver a América y estaban buscando a alguien «con el corazón grande» para seguir con la casa. «Convencí a mi marido, que por lo primero que preguntó fue por las cifras económicas, pero a mí era lo que menos que importaba», cuenta Cecilia. Ese mismo año firmó un contrato de alquiler para volcarse en lo que se había convertido en su pasión, el Camino. Casa Licerio tan solo cuenta con cuatro habitaciones así que la peregrina tiene claro que le llena «más el alma que el bolsillo».
Durante este año de incertidumbre, Cecilia pensó en dejar la casa para que los dueños pudieran buscar a alguien que tuviera solvencia. Pero solo de pensar en que un particular alquilara la casa para vivir y no para dedicarla a los peregrinos la hizo decidirse a buscar cualquier tipo de ayuda. La alberguera, que confiesa que piensa cada día en volver a Samos, espera que el Camino se recupere en abril. Además, para ella también es un lugar de encuentro familiar, ya que su madre viaja todos los años desde Venezuela para pasar tres meses trabajando en el albergue. «Sabe seis idiomas, así que de los franceses se ocupa ella, que yo no sé hablarlo», bromea.
Leído en La Voz de Galicia