Hospitaleros voluntarios: «Recibes más que lo que das» - Camino de Santiago

Hospitaleros voluntarios: «Recibes más que lo que das»

Hospitaleros voluntarios del Camino de Santiago
En Igartza. Mª Elvira Saénz y Ascensio Uribesalgo en el albergue de Beasain.

«Nos da una satisfacción muy grande. Recibes más de lo que das», afirman Ascensio Uribesalgo y Mª Elvira Saénz. Este matrimonio zumarragarra, de 83 y 78 años, respectivamente, llevan casi un cuarto de siglo como hospitaleros voluntarios del Camino de Santiago.

«Llevamos veinticuatro años exactamente. El primero, en 1993, estuvimos en el albergue de San Juan de Ortega (Burgos). Después, nueve años, en el de Roncesvalles. Otros nueve, en el de Santo Domingo de la Calzada y los cinco últimos, desde que se inauguró, hemos atendido en el de Igartza de Beasain», explican.

La labor del hospitalero consiste en «atender a los peregrinos que llegan al refugio. Se trata siempre de albergues gratuitos, en los que los caminantes sólo pagan un donativo. Hay otros en los que hay que pagar y esos están atendidos por personas que tienen su sueldo», continúan.

«Les recibimos, completamos una ficha con sus datos personales y también nos dicen dónde han empezado el camino. Además nos encargamos de la limpieza del albergue, de que cuando unos se van quede todo perfecto para recibir a los siguientes», dicen.

Los albergues «normalmente están atendidos por dos personas, aunque depende del tamaño. En el de Beasain hay veinte plazas, pero en el de Santo Domingo de la Calzada hay más de doscientas y allí hay un par de personas contratadas para la limpieza. El relevo suele ser cada diez o quince días, depende del sitio. Nosotros este año hemos estado diez días, en junio».

Para ser hospitalero es requisito indispensable «haber hecho el Camino de Santiago, porque así sabes lo que hay y lo que se necesita», dicen Ascensio y Mª Elvira. «Eso y tu buena voluntad, nada más». No es poco. «En una ocasión vinieron al albergue de Santo Domingo de la Calzada dos chicas de Canadá con intención de ser hospitaleras, pero lo que querían era alojarse allí para hacer turismo».

Los Uribesalgo hicieron el Camino de Santiago en 1991. «Un amigo lo acababa de terminar y nos estuvo contando su experiencia en la sociedad Kresala de San Sebastián. Nos animó. Nosotros andábamos bastante en el monte y nos lo planteamos como un reto, no como algo religioso. Salimos el 7 de julio, día de San Fermín. Partimos de Roncesvalles. Nos llevó hasta allí el hijo y nos dijo que le llamáramos si era necesario, que iría a buscarnos. Nuestra intención era hacer la mitad, pero nos encontrábamos tan bien que lo hicimos entero. Anduvimos 22 días, del 7 al 29 de julio».

Para ellos la experiencia fue «una maravilla. El camino engancha, eso lo dice todo el mundo y es así. Es algo que no te puedes ni imaginar si no lo haces. Allí no hay diferencias, todos somos iguales. Te sientes muy agusto. Tienes todo el día para tí, piensas mucho, se comparte mucho… Normalmente quien lo hace una vez, repite». Ellos no lo pudieron repetir por cuestiones familiares y de ahí que decidieran hacerse hospitaleros.

El príncipe Felipe

Durante todos estos años han atendido a mucha gente y la experiencia es «muy positiva. Le dan mucho mérito a la labor que haces y eso te da ánimo para seguir». Entre los cientos de peregrinos que han conocido recuerdan especialmente a «dos jóvenes paralíticos que llegaron al albergue en sus bicicletas adaptadas. Ellos mismos lo hicieron todo, no querían que les ayudásemos en nada…». También recuerdan como «en 1993, año santo, estuvieron en el albergue de San Juan de Ortega el príncipe Felipe, actual rey, y sus dos hermanas, aunque fueron a comer, no se quedaron a dormir», recuerdan.

Ascensio y Mª Elvira han atendido este año a «once personas» en los diez días que estuvieron en el albergue de Igartza de Beasain. «Eran de Vizcaya, Sevilla, Madrid, Francia, Inglaterra…». La comunicación con los extranjeros «no es problema, nos entendemos con gestos». Como pueden les explican las normas del albergue y los horarios. «A las 22.00 se cierra y media hora después, silencio. De vez en cuando hay alguno que no respeta las normas, pero no es lo normal. La mayoría de la gente es muy agradecida», afirman. Y saben lo que dicen , no en vano son 24 años de experiencia.

Leído en Diario Vasco

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