Existe un hecho inicial, desencadenante del fenómeno jacobeo, amparado en sentimientos religiosos, en la fé cristiana. Con la consolidación del culto a Santiago en todo el occidente cristiano, el constante tránsito de peregrinos fue en aumento.
El embajador del Emir Ali Ben Yusuf, dejó escrito a mediados del siglo XII: “Es tan grande la multitud de los que van y vuelven de Santiago que apenas dejan libre la calzada hacia occidente”.
Por su parte, el Centro de Estudios, Investigación e Historia Compostelana de París cifra entre 250.000 y 500.000 la afluencia anual de peregrinos a Santiago de Compostela en el siglo XII, una cifra astronómica si tenemos en cuenta que la población de la península ibérica en ese momento sobrepasaba poco los 4 millones de habitantes.
Pero si este hecho inicial, el descubrimiento de los restos del Apóstol, es el desencadenante del fenómeno jacobeo, con amparo en sentimientos religiosos y en la fé cristiana, históricamente están también presentes en su promoción razones políticas, que han influido poderosamente en la centralidad e importancia del Camino de Santiago.
En la medida en que los reinos cristianos se van afianzando en el norte peninsular y en el valle del Duero, los reyes cristianos encuentran en la figura del Apóstol y en el peregrinaje a Santiago un elemento legitimador de sus objetivos políticos y sociales vinculados a los ideales de reconquista de la España musulmana, convirtiendo el Camino de Santiago en un elemento más, capaz de catalizar el esfuerzo a favor de una Iberia y una Europa cristiana, superadora de una estructura del poder y del territorio extremadamente fragmentada.
En consecuencia, se configura la peregrinación a Santiago como una manifestación esencialmente religiosa, que posteriormente se ramifica en una compleja red de causalidades e influencias que se extienden al derecho, a la literatura, al arte, a la cultura, al comercio, a las relaciones políticas y jurídicas y a la casi totalidad de las actividades sociales de la época en Europa.
Aparece pues el Camino de Santiago y el propio Apóstol como elemento influyente en la política de la Europa medieval.
Leído en Mundiario