Todavía hoy nos encontramos con autores que no han superado las teorías del canónigo francés L. Dúchense, al que dio cumplida respuesta Mons. Guerra Campos, y consideran una leyenda bien estructurada lo referente al sepulcro del Apóstol como meta de la peregrinación jacobea.
Podemos afirmar que la arqueología, lo mismo que en otros monumentos históricos, nos prueba que la documentación compostelana refleja la verdad de la tradición jacobea. El documento principal, junto con el Tumbo A y la Historia Compostelana, es el Códice Calixtino o libro de Santiago.
Hoy como ayer, el peregrino que transita por el Camino deja sus huellas sobre la piedra, la arena y la tierra cientos de veces holladas en la historia a lo largo del trayecto hacia Santiago de Compostela. Pero sus pisadas siguen también las letras y páginas, las líneas y miniaturas en las que el Liber Sancti Iacobi se materializa cuando hablamos del Códice Calixtino la descripción de los eventos sobre la presencia del Apóstol en Compostela.
El Codex Calixtinus informa a los peregrinos de las distintas vicisitudes con que se encontrarán a lo largo del viaje. Se habla de los peligros que les acechan, de la calidad de las aguas y de la comida, de las costumbres y formas de vida de las poblaciones que atraviesan, de las malas artes de los portazgueros y de los barqueros.
Pero los peregrinos no viajan solos. Desde el momento en que comienzan su andadura, el Apóstol camina a su lado para protegerles de todo mal. Ese es el motivo de que muchos de sus milagros estén ambientados en los lugares de mayor peligro, como el paso de puertos y ríos, aunque tampoco se olvida de socorrer a las víctimas indefensas de la codicia de los posaderos.
La peregrinación y los peregrinos han suscitado todo un sentido y forma de entender la existencia, manifestado en cada uno de los detalles, tanto materiales como espirituales, que han contribuido a forjar un patrimonio cristiano, que, según san Juan Pablo II, continúa hoy “ofreciendo respuestas adecuadas a las nuevas cuestiones que se plantean especialmente en el campo ético”. La fe cristiana y Europa son dos realidades íntimamente unidas en su ser y en su destino, de forma que las crisis del hombre europeo son las crisis del hombre cristiano y las crisis de la cultura europea son las crisis de la cultura cristiana.
Desde un principio se ha venido repitiendo que el Camino de Santiago ha sido desde sus inicios un camino de fe y, al mismo tiempo, un camino de cultura, en una palabra, el acontecimiento más importante en la configuración de la Europa medieval. Queda claramente establecida la existencia de una ecuación entre Europa y civilización, entre cristianismo y civilización, que es precisamente la gran aportación hecha por el Camino de Santiago y las peregrinaciones jacobeas.
Hace poco tiempo san Juan Pablo II reconoce la contribución de la peregrinación jacobea a la unidad e integridad de Europa: “Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de la ‘memoria’ de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. Por ello el mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando”.
Cuando el episcopado de Diego Gelmírez, en la primera mitad del siglo XII, trae como resultado los momentos de mayor empuje y auge de Compostela, la necesidad de un volumen que aunase las tradiciones jacobeas se hacía irremediable. El resultado es un códice de cinco libros, cada cual más ilustrativo, y que condensa tradiciones, ritos, historias, leyendas y narraciones, descripciones y ensueños, para guiar al peregrino medieval hasta una Compostela tanto real en cuanto urbe como interior en cuanto reflexiva, enmarcada siempre en la más trascendente y deliciosa historia medieval gallega, hispana y europea.
Esta hermosa historia se sigue escribiendo hoy, con tantos hombres y mujeres del mundo entero que en el Camino ensanchan el espacio de su tienda en la que cabemos todos.
Por Segundo López Pérez, deán del Cabildo de la Catedral de Santiago