Cornellana. Entre Grado y Salas, el gran monasterio acoge a los caminantes rodeado de leyendas. La iglesia de San Juan Bautista y la gran portada de entrada son las joyas de las que presumen los vecinos
El sol de la tarde comienza a declinar sobre la torre románica del Monasterio de San Salvador de Cornellana y Amancio, un vecino jubilado que descansa con su perro a la sombra del crucero, saluda llevándose la mano a la frente a dos peregrinos que avanzan a buen paso hacia el albergue municipal. «De todos los que vi hoy, los que en mejor forma llegan», valora, como el comentarista deportivo de una carrera. Javier González Díaz y su hijo Diego son de Oviedo y vienen dando suela desde Grao. «Es la segunda vez que hacemos el Camino Primitivo. De momento lo llevamos bien a pesar del calor. Esperemos que no apriete tanto los próximos días en etapas que son un poco más durillas», señalan entre sonrisas.
Al otro lado de la explanada, la puerta de la iglesia de San Juan Bautista permanece abierta y se observa movimiento en su interior. Dos señoras salen y entran en el templo portando ramos de flores. Blanca Suárez y Lupe Martínez se identifican como las encargadas voluntarias de «cuidar y tener un poco limpia la iglesia, venimos todas las tardes y hoy tenemos misa, estas flores son para el Santísimo», explican, invitándonos a acompañarlas. «Miren ustedes en qué estado está todo. Las paredes se caen a cachos. Arreglaron los tejados pero lo demás da pena y dolor», afirman señalando varias grietas y bolsas de humedades, también los frescos muy deteriorados de la bóveda de cañón.
Con mejor humor hablan de los peregrinos que cada tarde ven acercarse a este histórico enclave jacobeo. «Nosotras también les ponemos el sello si quieren. Este año se están viendo bastantes. Antes de venir para aquí los veo desde casa y a veces cuento veinte o treinta en estas horas. Animan el pueblo y hacen gasto, está muy bien», apunta Blanca, ante el asentimiento de su amiga.
Gloria Fernández lleva casi un cuarto de siglo atendiendo el albergue del antiguo cenobio y confiesa que en ocasiones le fatiga contar una y otra vez la leyenda de la osa. El emblema del monasterio es lo primero que ven los romeros que llegan al recinto del alojamiento esculpido en el arco de la primitiva puerta románica. «Yo la cuento a mi manera pero a todos los que me preguntan por ella les llama mucho la atención saber qué representa esa figura», revela.
La hospitalera, en cambio, nunca se cansa de contar la historia de la peregrina francesa que hacía el Camino con un burro y tres niños. «Me contaron que cuando empezó en Irún vendió su coche para comprar el burro. Se llama Bernardette y acabó instalándose aquí. Vive en una aldea cerca de Salas. La sacaron ustedes en El Cinercui», detalla. En todos estos años atendiendo el equipamiento municipal, Gloria ha visto crecer exponencialmente las cifras de quienes transitan rumbo a Compostela por la vía primitiva y por ello afirma que «el Camino es un tesoro que debemos de cuidar, especialmente en el occidente, porque como se está demostrando sirve para revitalizar una zona un poco marginada y por eso creo que aún se debería potenciar más», opina.