Manifiesta valorar, por encima de todo, la convivencia y lo está consiguiendo, porque las cinco personas con las que está pasando el confinamiento en el piso que ha alquilado en la calle Pardo Bajo de Ferrol lo están llevando bien, a pesar de ser gente que, por desgracia, está acostumbrada a vivir en la calle.
Pedro Ráez Baldán, de 56 años y natural de Úbeda (Jaén) también lo está. De hecho, hasta que se decretó el confinamiento domiciliario por la pandemia del coronavirus, estaba pidiendo limosna en el cajero del BBVA de la plaza del Callao.
Este jienense, divorciado y con una hija, sufrió un revés a raíz de la crisis del ladrillo y se vio en la calle. Buscó un nuevo rumbo peregrinando a Compostela y en uno de las cinco rutas que cubrió aterrizó en Ferrol, donde decidió quedarse.
Tras algo más de un año pidiendo en la calle y durmiendo en el refugio o en la casa de un amigo, a principios de este año tomó la iniciativa de abrir un albergue de donativos para peregrinos de escasos recursos.
Alquiló un piso y, con la colaboración de un sacerdote y de una institución ferrolana, logró acondicionarlo, mientras seguía pidiendo limosna, porque, según afirma, no busca lucrarse, sino servir de apoyo a los peregrinos con pocos recursos, porque confiesa ser un «amante del Camino de Santiago».
Cuando ya tenía cerradas seis reservas, de gente de Madrid y Bilbao que iban a aportar lo que buenamente pudieran por la pernocta, apareció el coronavirus y las anularon.
También él tuvo que dejar de mendigar —no cobra ninguna prestación ni ayuda—, por lo que acudió a Cáritas para solicitar ayuda y, a la par, ofrecer su albergue para acoger a personas sin techo.
Y a través de Cáritas se instalaron en su piso dos matrimonios de nacionalidad rumana y un joven de Valencia, con los que Pedro lleva compartiendo el confinamiento una semana.
Una de las mujeres está embarazada, pero lo está llevando bien y todos procuran que esté bien cuidada y atendida, «porque ya somos como una familia», manifiesta el anfitrión.
Los primeros días del encierro también se alojó con ellos otro hombre, que al poco tiempo decidió marcharse porque tiene problemas de alcoholismo y no acataba las normas de la casa.
Mucha limpieza
Pedro Ráez explica que todos comparten los trabajos para mantener la casa siempre limpia, en base a una programación que él mismo ha establecido.
Así, se levantan en torno a las 8.30 horas, desayunan todos juntos y después dedican un par de horas al aseo y la limpieza de toda la vivienda.
A las doce del mediodía, dos de ellos acuden a diario a la sede de Cáritas Ferrol para recoger la comida, a la que le dan «un toque personal» y, después de almorzar y lavar la loza, se entretienen conversando o viendo la televisión.
«Respetamos la orden de confinamiento y solo salimos de casa para ir a Cáritas», asegura Pedro, que se muestra muy agradecido por todo el apoyo y colaboración que están recibiendo de esta institución benéfica, a la que, como un extra, ha solicitado un televisor para entretenerse y poder mantenerse informados, porque el que tenían se estropeó y ahora solo se puede ver un canal.
Cuatro camas libres
Satisfecho de haber logrado esta convivencia en su piso, Pedro Ráez sigue ofreciendo su albergue de donativos a quien lo necesite, «porque aún nos quedan cuatro camas libres», apunta, y facilita su número de teléfono, el 682 357 998, para quien quiera colaborar con ellos o para los que necesiten ayuda.
La idea de abrir este albergue surgió de su pasión por el Camino de Santiago y por su pretensión de, en el algún momento, poder dejar de pedir limosna en la calle.
Su intención, que sigue en pie, a pesar de que ahora mismo las cosas no van por ese camino a causa del coronavirus, es acoger a peregrinos que no puedan pagar una pensión o un hotel y ofrecerles alojamiento a cambio del donativo que puedan.
«Yo no cobro nada, pero lo que puedan aportar servirá para mantener el albergue, aunque yo tenga que seguir pidiendo en la puerta del BBVA», apunta, ya que el alquiler del piso le cuesta 250 euros al mes y no percibe ninguna prestación económica.
Para amueblar el albergue contó con la incondicional ayuda de un sacerdote, que actuó de intermediario para que una institución de la ciudad le regalase las dos literas que ahora están vacías y que ofrece a quien las necesite.
El piso cuenta, asimismo, con otras cuatro camas, dos de ellas de matrimonio, que son las que utilizan las seis personas que en la actualidad están confinadas en el albergue.
Los vecinos del edificio también contribuyeron desinteresadamente a la iniciativa de Pedro Ráez, regalándole gran parte del mobiliario, mientras que el casero no le cobra el agua ni la recogida de basuras.
Leído en La Voz de Galicia