Son muchas las teorías sobre el origen de este juego, pero muchos lo relacionan con los templarios y el Camino de Santiago.
/ Idealista
¿Quién no ha jugado a la oca de pequeño o ya siendo adulto con sus niños? Es un juego entretenido, sencillo de entender, con pocas normas… y que acompaña de maravilla cualquier tarde lluviosa, ¿verdad?
Pero detrás del famoso “de oca a oca y tiro porque me toca” se esconde un origen que para nada habrías pensado cuando estás lanzado los dados. Según cuenta el periodista Pedro García Cuartango en su libro España Mágica (Penguin Random House), el juego habría sido una guía medieval de origen templario para advertir al peregrino de los peligros del Camino de Santiago. Alucinante, ¿verdad?
Su origen no está claro del todo: algunos lo asocian a los templarios, datándolo en el siglo XII o XIII, también hay vestigios de que los griegos se entretenían con este juego; hay constancia de que se jugaba en tiempos de Felipe II pero varios estudios vinculan su nacimiento con el Camino de Santiago.
Según estos últimos, las 63 casillas del juego reproducen las diferentes etapas hacia Santiago, con sus paradas, puentes, albergues… y los diferentes peligros que suponía la peregrinación durante la Edad Media.
Además, hay alusiones constantes a la oca como ave con poderes mágicos a lo largo del camino: por ejemplo, con marcas de pájaros que los canteros hacían en los muros de los templos pero también, en nombres del recorrido como el río Oca, Ansó, Oyón, El Ganso…
El laberinto indica los peligros
Hay quien ha analizado la correlación aritmética de las figuras en el tablero concluyendo que reflejan las distancias entre los diferentes puntos del Camino. Cuartango afirma que “mucho más verosímil es la identificación de los símbolos con la topografía del recorrido”.
Así, los puentes tendrían un significado espiritual de transición hacia el orden divino (“de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente”); la posada vendría a ser el albergue donde descansan los peregrinos y la cárcel es el castigo por el pecado. Los pozos se refieren al agua sagrada de los templos y los enclaves para beber. El laberinto indica los peligros de perderse en la ruta y los dados harían referencia a la fortuna. La última oca haría alusión a Finisterre, el final del Camino.
Si intentamos buscar esas referencias del tablero en el Camino, nos quedaría que Oyón, Ansó, Villafranca de Montes de Oca, el río Valdueza y San Esteban serían los enclaves asociados al ave. “El pozo podría ser la cripta de la catedral de Burgos. Los dados, Triacastela. El laberinto, las montañas y los cruces estarían en León”, defiende el autor en su obra.
De esta forma, el juego de la oca habría nacido como una forma de advertir a los peregrinos de los riesgos del Camino Francés, el más utilizado en aquella época, y también, como una especie de mapa para orientarles.
Los templarios eran quienes protegían y defendían a los cristianos que acudían a lugares santos y el juego de la oca habría sido esa particular guía, una especie de GPS, para garantizar el viaje del peregrino.