El 40% de los usuarios del albergue de Puente Duero proceden de fuera de España
Las cifras de peregrinos que duermen en Valladolid aumentan, acercándose a las del Jacobeo
«El Camino me hace mejor persona. Mi mujer y mis hijos me dicen que vuelvo a casa más tranquilo». Quien habla es Joaquín Salgado, 70 años, natural de Badajoz, pero llegado hasta el albergue de Puente Duero desde Vilanova i la Geltrú (Barcelona).
El de este año es su octavo itinerario y, como la mayoría de los peregrinos que recalan en Valladolid, procedentes del denominado ‘Camino de Madrid’, viene huyendo de la ‘comercialización’ del ‘Camino Francés’, la vía de peregrinaje mayoritaria a Santiago.
292 del total de 2014, fueron varones y 86 mujeres. Estos son los que pernoctaron en el albergue, pero la asociación estima que pasaron por Valladolid 2.500 peregrinos, de los que 529 solicitaron credenciales.
90% es la cifra de las mujeres que hacen el Camino a pie.
«Se ha convertido en una romería, en un negocio para sacar dinero, y eso no me gusta nada. Como tampoco me gusta la masificación», explica. Ambas razones quizás puedan explicar por qué la cifra total de quienes pernoctan en Puente Duero, aunque todavía modesta, no para de crecer.
El año pasado fue el de mayor número de usuarios (378) en la última década, con la única excepción de 2010, cuando se celebró el Año Jacobeo y se produjo en toda España una eclosión de peregrinaciones. Y aún así las cifras de 2014 se acercan a aquellas (403). Y las de 2015 son todavía mejores. La asociación AJOVA, que gestiona estas instalaciones, afirma que en abril se han duplicado las visitas con respecto al año anterior.
Joaquín Salgado llegó a Puente Duero un sábado de finales de abril, uno de los meses en los que empieza a animarse la actividad peregrina, aunque no tanto como para que el albergue deba contar con la presencia permanente de un hospitalero. En esos casos hay que avisar con antelación, para que alguien se desplace expresamente a atender al usuario, como ocurrió en esta ocasión con el visitante catalán.
«Lo que más me gusta es la gente. Mantengo contacto con personas que me encontré en mi primer camino, y a alguno de mis amigos más íntimos lo conocí en el Camino de Santiago», recuerda Joaquín. «Me abre mucho la mente. Me gusta repasar momentos vividos, la memoria de mi existencia. La agitación mental desaparece cuando andas».
La experiencia de Joaquín en el Camino de Madrid no ha sido hasta ahora demasiado satisfactoria. Información errónea, instalaciones no siempre limpias, horarios poco flexibles, trato deficiente…
No es el único en pensar así. Arturo García Álvarez, presidente y fundador de la Asociación Jacobea Vallisoletana (AJOVA), conoce perfectamente esas quejas, pero prefiere no opinar sobre lo que hacen los demás. Lo que le llena de orgullo es saber que esa mala opinión no afecta al albergue de Puente Duero, el único que está en sus manos. El libro de visitas de la instalación da cuenta de la gratitud y satisfacción de cientos de personas que encontraron en los hospitaleros vallisoletanos a personas capaces de escucharles, ayudarles y emocionarles.
«Somos más conocidos fuera que aquí. Este albergue tiene un reconocimiento internacional muy alto. Por la hospitalidad de quienes lo gestionamos, la calidad de las instalaciones, el que sea gratuito y se dé desayuno… por todo eso aparece como una parada fija en guías internacionales», asegura el presidente de AJOVA.
En el propio albergue es posible ver una muestra: un folleto de la Asociación Coreana de Amigos del Camino de Santiago, una organización con sede en Madrid que agrupa a 3.400 miembros y que organiza mensualmente reuniones en Corea. En el texto, en inglés, se hace mención expresa a su buena relación con la asociación AJOVA y con el albergue vallisoletano.
Pero la mayor evidencia de aprecio internacional está en los datos de los usuarios. El año pasado un 40% de quienes pernoctaron en Puente Duero procedían de fuera de España. En concreto de 32 países distintos. Francia, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Polonia y Alemania fueron los que más peregrinos aportaron, pero también hubo usuarios procedentes de lugares tan lejanos como Sudáfrica, Mozambique, Mauritania o Canadá.
En la provincia de Valladolid funcionan diez albergues (Alcazarén, Puente Duero, Ciguñuela, Peñaflor, Castromonte, Medina de Rioseco, Cuenca de Campos, Villalón, Santervás y Melgar de Arriba) y un punto de acogida en la Santa Espina.
Puente Duero es uno de los tres que son gratuitos y el único que además ofrece desayuno. A los usuarios no se les cobra nada y sólo se les pide la voluntad. No es lo normal.
Lo habitual ahora es cobrar unos 5 euros al día en los albergues públicos y 8 en los privados, si bien en el Camino Francés pueden llegar a cobrarse hasta 10 y 12 euros, y en algunos lugares piden 5 euros por el desayuno.
Una década en servicio
Hace ahora justamente diez años que abrió sus puertas el albergue de Puente Duero. Ocupa lo que hasta entonces había sido una casa prefabricada dedicada al realojo de familias gitanas procedentes del poblado de La Esperanza.
El Ayuntamiento de Valladolid la cedió a la Asociación Jacobea Vallisoletana y se encargó de realizar algunos arreglos, fundamentalmente en el patio exterior. Además, aporta 2.000 euros anuales que se suman a los 1.300 de la Diputación y los 1.500 de la Junta. Cifras modestas que obligan a depender de las cuotas de los 165 socios de AJOVA y de las donaciones de los propios peregrinos (unos colombianos, por ejemplo, les regalaron hace muy poco el frigorífico). Aunque la principal colaboración es la de trabajar como hospitaleros voluntarios.
Cada año, diez personas procedentes de todo el mundo se reparten el cuidado y atención del albergue en turnos de 15 días, entre los meses de mayo y septiembre, de forma totalmente desinteresada. Este 2015 acudirán desde Hungría, Italia, Estados Unidos, Alemania, Barcelona y Madrid, aparte de varios miembros de la asociación AJOVA. La captación de voluntarios es sencilla: a los que visitan el centro se les ofrece la posibilidad de volver como hospitaleros al año siguiente.
«Ser hospitalero es algo vocacional», explica Rocío Brime, vicepresidenta de la asociación. Ella lo es, y por completo. Nada le resulta pesado en una actividad que obliga a estar en el albergue alrededor de 18 horas al día, y no siempre con la compensación de atender a algún visitante. «Yo a los peregrinos les quiero. Es como si fueran de mi familia», dice con pasión. La labor del hospitalero es la que marca la diferencia entre un albergue y otro.
Leído en El Norte de Castilla