En apenas una década la más famosa de las rutas jacobeas se ha mercantilizado hasta extremos insospechados. El Camino de Santiago Francés es un gigantesco negocio que puede de morir de éxito.
Hice el Camino de Santiago por primera vez en 1994. Era además febrero, pleno invierno. Y aún recuerdo sobrecogido la soledad que envolvía la ruta jacobea, la escasez de infraestructuras. Kilómetros y kilómetros sin un mal bar en el que comprarte un bocadillo o un albergue en el que guarecerte.
O planificabas muy bien la etapa o terminabas durmiendo bajo el porche de una iglesia. La escasa gente que prestaba ayuda a los peregrinos lo hacía de forma desinteresada.
Y uno aceptaba de buena gana esas penurias porque llevaba muy a gala el viejo lema jacobeo: “El peregrino no exige, agradece”. Regresé desde entonces casi cada año al Camino, o más bien a los caminos, como autor de las guías que publicaba la editorial de este periódico. Y experimenté en primera persona la transformación de la ruta a Compostela.
En aquel lejano 1994 había 70 albergues en los 800 kilómetros que tiene el Camino Francés. Este verano he contado 400. El caso más ilustrativo es Sarria (Lugo), donde ya existen… ¡27 albergues! Los peregrinos suponen un chorro continuo de dinero pasando por la puerta de tu casa. Y claro, ¿quién se resiste a desaprovechar ese maná?
Pero ese excesivo mercantilismo lleva camino de cargarse la esencia del Camino.
Albergues privados
Si algo ha transformado el Camino Francés en los últimos años ha sido en la aparición y proliferación de los albergues privados. En pueblos donde antes únicamente estaba el albergue municipal o el de alguna asociación de amigos del Camino ahora se cuentan por decenas.
Nadie ha querido dejar pasar la gallina de los huevos de oro que viene andando y pasa por delante de tu puerta. Cualquiera que tuviera un caserón antiguo y ruinoso en un pueblo atravesado por las flechas amarillas lo ha reconvertido en albergue. O mejor dicho, en hostels. Porque la mayoría de esos nuevos albergues privados se parecen más a un hostel mochilero de cualquier ciudad europea que al tradicional albergue de peregrinos.
Un dato: en Reliegos, pequeño pueblo de León, donde en 2010 solo había un sencillo albergue de la junta vecinal ahora hay seis. ¡Y ni siquiera es un final de etapa tradicional!
El negocio es la cocina
El gran negocio de los albergues privados está en la cocina. Si llegas a un pueblo donde solo hay tres albergues y ni una tienda donde comprar pan, eres cautivo del alojamiento porque es la única posibilidad para cenar esa noche y desayunar el día siguiente. De tal manera que la factura media sale por unos 23 €: 10 € por dormir, 10 € por cenar y 3 € del desayuno.
Como reconocían sin pudor muchos propietarios: “Si pusiera cocina para uso de los peregrinos (como solía haber en los albergues antiguos) sería contraproducente para el negocio, ellos se cocinarían y no me comprarían el menú”.
Es de justicia decir que este tipo de albergues privados suelen estar más nuevos y ofrecen mejores servicios que la media de los públicos.
Negocios de temporada
Otro hecho diferenciador es la temporada de apertura de los albergues. El 90 % abre de marzo a noviembre. O de Semana Santa a finales de octubre. La temporada donde hay más peregrinos.
A los privados no les merece la pena abrir en invierno para uno o dos caminantes que aparecen… ¡si es que aparecen!; la calefacción cuesta mucho. “No estamos aquí para eso”, confesaba un propietario.
Una actitud racional desde el punto de vista empresarial pero que deja un poco que desear si pensamos que esto es un camino de peregrinación. Es la queja de muchos hospitaleros de albergues municipales y voluntarios que atienden establecimientos públicos: “En noviembre solo quedamos abiertos los que nos interesan los peregrinos de verdad. Si pasas un día de invierno sabrás qué albergues están comprometidos con los peregrinos y cuáles con los billetes”.
Pon una flecha amarilla en tu calle
“Al final todo se traduce en saber por dónde van las putas flechas amarillas”, exclamaba la dueña de un bar, a la que le habían repintado de negro las suyas para atraer a los peregrinos hacia otros bares. El tema no es nuevo (lo he visto infinidad de veces desde la década de los 90), pero ahora que la oferta se ha multiplicado, el problema también se ha agudizado.
Es común ver flechas mal pintadas, pintadas de nuevo, repintadas…indicando albergues, bares, terrazas. Son habituales los roces, incluso peleas, entre propietarios de negocios para desviar las flechas amarillas , de manera que pasen por su puerta y no por la de la competencia. O por adelantar tu negocio. La ecuación es sencilla: si tú lo tienes en el centro del pueblo, yo lo abro dos calles antes. Y luego otro va y lo abre al inicio del pueblo.
La ubicación es importante: en localidades con varios albergues siempre se llenan antes los que aparecen primero. Es lógico: el caminante no sabe si habrá sitio libre más adelante y además, llevas los pies reventados y lo que quiere es parar a descansar ya.
Peor en bares y restaurantes
Un peregrino veterano, con muchos caminos a su espalda, me decía recientemente que le apenaba ver cómo trataban en algunos bares y restaurantes a los romeros. “En los albergues es más fácil encontrar amabilidad, pero muchos de estos nuevos bares y restaurantes que han surgido al calor del negocio tratan a los peregrinos fatal. Pasa lo mismo que en los aeropuertos: saben que es clientela cautiva que además nunca va a volver”.
El símil me pareció perfecto: si cada día sabes que pasan 200, 300 o 500 personas por delante de tu negocio, que no van a regresar –los trates bien o mal- y que hagas lo que hagas mañana tendrás otros 200, 300 o 500 nuevos para empezar el ciclo… la tentación de no cuidar las formas o el producto son muy tentadoras.
También los peregrinos han cambiado
Todo el peso de este cambio no hay que achacarlo a los propietarios de negocios. Al fin y al cabo el capitalismo se basa en oferta y demanda. Si existe esa oferta, es porque cada vez hay más gente que la demanda.
La popularización de la ruta compostelana ha hecho que el más famoso de los caminos, el Francés, se convierta en una romería de gente variopinta. Y no todos van dispuestos a dormir en un albergue con otras 60 personas (es decir, 120 pies) que huele a Reflex y humanidad y en el que a las cuatro de la madrugada empiezan a levantarse los prisillas de turno y a hacer ruido con las bolsas de plástico, que dan ganas de empezar a repartir mandobles.
Por eso el verdadero negocio son las habitaciones dobles. Muchos privados tienen anexa una zona de habitaciones con o sin baño, y otra buena cantidad manifiesta su intención de ir reduciendo la zona de literas para hacer más dobles. “Para que se queden cuatro o cinco o seis a 10 euros, no compensa. El negocio es la doble, que se cobra a 40 €”, confesaba otra propietaria.
Peregrinos wifi
Ahora lo primero que pregunta un peregrino al llegar a un albergue es si hay WiFi.
Cuando se publicó la primera edición de mis guías del Camino (1999) incluía como dato práctico si en un pueblo había o no cabinas de teléfono, ¡Qué tierno! Parece que aquello lo hubiera escrito en el Jurásico. Ahora lo primero que pregunta un peregrino al llegar a un albergue es si hay wifi. Y lo hay, exceptuando algunos escasos albergues municipales y parroquiales.
Por ejemplo, lo tienen todos los de la Xunta de Galicia. Y hasta en lugares remotos donde parece increíble que llegue la cobertura lo primero que ves al entrar al albergue es el símbolo de la conexión y la palabra: PASSWORD. Aunque bien pensado tampoco es tan raro: el Camino -o la forma de abordar una peregrinación- ha cambiado igual que ha cambiado la sociedad.
Antes se suponía que si decidías hacer el Camino de Santiago ibas en busca de silencios, de soledades y de monólogos contigo mismo. Ahora pasas por delante de un bar, de una terraza o de un albergue, y todos (o casi todos), vayan solos o en grupo, están mirando la pantalla de su teléfono. No lo crítico (yo también consulto demasiado la pantalla de mi celular); solo doy fe de ello.
El lado oscuro de la irrupción de los móviles es – y de esto se quejan mucho los auténticos hospitaleros- que antes la gente se relacionaba en los espacios comunes, se contaban historias, compartían experiencias, hablaban de ampollas, de perros que ladran y de sendas embarradas … ahora están pendiente del Whatsapp.
Todo pactado
La sensación general es que está todo más pactado, más estudiado, más organizado. Se reserva con Booking, se mandan mails para pedir camas, se conecta por Facebbok para solicitar plaza en los albergues. Hay incluso negocios en internet que te montan todo el camino: tú les dices cuántos días y qué quieres pagar y ellos te van reservando los albergues y se encargan del transporte de las maletas entre puntos de pernoctación. Pagas por adelantado y ya sabes desde el primer momento qué etapas vas a hacer, dónde vas a dormir, etc. Hay menos margen para la improvisación.
El peregrino, ¿exige o agradece?
Otra sensación generalizada entre hospitaleros veteranos: el peregrino exige cada vez más, conforme a un mercado libre donde hay oferta y demanda de servicios. Antes el caminante agradecía lo que había, se quedaba donde podía, aceptaban las condiciones.
Hoy día los peregrinos saben que los albergues compiten por alojarlos y usan esta abundancia de oferta para regatear condiciones. Es una pescadilla que se muerde la cola; si en un peregrino solo ves a un cliente al que sacarle pasta, ya no puedes esperar relaciones de agradecimiento como las que se daban antaño. Si tratas al peregrino como un billete de 20 euros, el peregrino exigirá servicios por valor de 20 euros.
Peregrinos Lonely Planet
Otro perfil de caminante que está contribuyendo al cambio: el del joven norteamericano, australiano-neozelandés o centroeuropeo que viene de mochilero a vivir una experiencia tipo gap year, buscando aventura y conocer gente. Cada vez llegan más jóvenes extranjeros a hacer el Camino en el mismo plan que harían turismo mochilero por el Sudeste asiático. Al fin y al cabo es una manera de recorrer España comiendo, bebiendo y durmiendo por apenas 20 euros al día. Una oferta imbatible, pero que contribuye a desvirtuar el sentido humanista de la peregrinación.
Hospitaleros Voluntarios, el espíritu del Camino
Hay una institución digna de elogio: la de los Hospitaleros Voluntarios. Personas anónimas que dedican sus vacaciones a regentar albergues a veces parroquiales, a veces municipales o de asociaciones de amigos del Camino. Se turnan cada 15 días y ofrecen una acogida en el más puro sentido cristiano de la palabra.
Suelen ser albergues que funcionan aún con donativos, donde además se les da a los peregrinos desayuno y cena de manera comunitaria. Cierto es que son también lugares mucho más austeros que el resto de albergues privados, en algunos todavía se duerme en colchones en el suelo, muchos de ellos no tienen calefacción, algunos hasta no tienen agua caliente, pero la sensación de recogimiento y bienvenida suple sin duda el resto de las carencias logísticas.
Voluntad no significa gratuidad
El problema en estos escasos lugares que quedan con donativos es que la gente confunde voluntad con gratuidad. “Con lo que sacamos de los donativos, apenas llega para pagar la comida”, se sinceraban unos hospitaleros voluntarios en uno de estos albergues. “La gente suele dejar mucho menos dinero del que pagaría por el mismo servicio en un negocio privado. Algunos –los menos- no dan más porque de verdad no tienen más. Pero en otras ocasiones la gente viene aquí a sabiendas de que puede echar dos o tres euros y comer, desayunar y dormir sin que nadie le reproche la cantidad”.
Entonces… ¿queda algo del espíritu del Camino?
Por supuesto que sí. Y sigue siendo una aventura personal de lo más recomendable. Apenas que lo intentes encontrarás gente maravillosa, hospitaleros que siente aún el Camino como forma de servicio a los demás y a muchos otros peregrinos que se dirigen a Compostela con espíritu religioso, de meditación, de búsqueda personal o simplemente humanista. El Camino de Santiago lleva vivo más de doce siglos, ha sufrido momentos de gloria y de olvido, ha servido para repoblar territorios y para difundir arte y cultura y fue también desde sus orígenes una vía de comercio. ¿Quién dice que no va a sobrevivir a esta nueva era digital?
Existen tantos caminos a Compostela como caminantes. Cada cual empieza a escribir el suyo nada más poner un pie en el portal de su casa. Por lo que siempre quedarán peregrinos que aborden la aventura vital de llegar a Santiago agradeciendo, no exigiendo.
Leído en El País