Ya no queda nada de los antiguos hospedajes donde se alojaban los romeros antes de que en la Edad Media los Reyes Católicos mandasen construir el Hostal // Las crónicas hablan de un millar de caminantes al día por Roncesvalles // El archivo del intelectual Ángel del Castillo desvela secretos en ‘Joyas de Galicia’
Mar Mera / El Correo Gallego
¿Qué veían los peregrinos en Compostela antes de que la era de la imagen dejase constancia de cada uno de sus pasos? ¿Qué hacían al llegar a la ciudad jacobea? Y, sobre todo, ¿dónde se alojaban cuando finalizaban, exhaustos, el Camino de Santiago? Las pistas las ofrece el archivo personal del intelectual coruñés Ángel del Castillo, cuyos secretos desvela la revista Joyas de Galicia, editada por la joyería Jael, a través de un interesantísimo artículo firmado por Cristóbal Ramírez.
La primera sorpresa es que data a principios del siglo X los primeros albergues de peregrinos en la capital gallega. De hecho, no fue hasta la Edad Media cuando los Reyes Católicos mandaron levantar un hospital en el Obradoiro —hoy el Parador— para dar cobijo a los cientos de miles de peregrinos que llegaban a Santiago desde todos los rincones de la cristiandad a postrarse ante la tumba del Apóstol.
Pero, ¿y antes? Porque hay crónicas que hablan del paso de hasta un millar de peregrinos al día por Roncesvalles y que la gran mayoría llegaba hasta el fin de la Tierra, que era conocida con el nombre de Jacobsland.
La documentación que a lo largo de los años atesoró el historiador “de tanto relieve e injustamente olvidado” Ángel del Castillo (1886-1961) , como indican en Joyas de Galicia, esconde respuestas sobre los primeros albergues de Compostela. Así, dando marcha atrás a la máquina del tiempo y situando el calendario a principios del siglo X, indican que el visitante se encontraba con que Santiago ya contaba en aquellos con un hospital fundado por Sisnando, aunque estaba restringido a “personas pertenecientes a la Catedral, imposibilitadas físicamente”.
Del año 912 hay datos sobre los monasterios de San Martiño Pinario y Antealtares, que se vieron obligados a acoger a los canónigos “ancianos y achacosos”.
De la misma época data una casa de acogida junto a la iglesia de San Fiz de Solovio, con una diferencia con relación a los grandes y poderosos monasterios: aquí iban a dar con sus doloridos huesos “clérigos inferiores, pobres y peregrinos”.
Eran peregrinos que llegaban de todas partes y por multitud de caminos, y que pernoctaban siempre que podían en los hospitales porque era donde recibían la cena gratis, que incluía vino mezclado con agua, como recuerda el historiador gallego Francisco Singul en su libro Vino y cultura medieval: Galicia y los Caminos de Santiago.
Aunque el historiador coruñés no aclara si frente a San Fiz hubo un hospital o dos, lo que consta es que Pedro Aroza dejó una casa para acoger a peregrinos (que implicaba a pobres también) que necesitaban asistencia para curar las bubas o pústulas (llagas), y que una vez curados se les invitaba a salir donándoles ropa nueva.
Según la historia, Santiago también fue una ciudad que tuvo especial cuidado en atender a las mujeres, porque también había peregrinas. Ahí está el caso de Margery Kempe, que cuenta con una estatua en Sigüeiro. Y lo demuestra también el hospital de Santa María Salomé, detrás de la iglesia que le daba nombre, y que era una humilde casa de un solo piso. Las mujeres que se alojaban allí pagaban el servicio manteniendo limpio el templo.
Ángel del Castillo afirma que el hospital “tenía sobre la puerta una imagen de Nuestra Señora con una lámpara que solían encender de noche”. Al venirse abajo se reedificó para dedicarlo a niños de la calle. También hubo el hospital de la Fuente de la Raíña, que se dice que fundó la reina Isabel de Portugal, aunque otra versión asegura que solo durmió allí.
Otro de los establecimientos era “una casa grande” de la Rúa do Vilar que alojó el hospital de San Andrés, que era para mujeres sin recursos, con 21 camas, además del hospital de peregrinos de la plaza de San Miguel, y que albergó a George Borrow (don Jorgito el Inglés), que llegó hace 200 años y vendía biblias.