Crece la necesidad de retorno a lo esencial. El peregrinaje constituye un manantial de emociones
El arco de San Benito sorprende al peregrino que llega a Sahagún. Una inscripción en metal sobre una pequeña roca indica que nos hallamos en el ecuador del Camino de Santiago Francés. La villa, en su día gran urbe medieval, constituye una imponente parada entre Roncesvalles y Santiago de Compostela.
En un lateral del poderoso arco, el monasterio de la Santa Cruz. Y en su interior, una comunidad de monjas benedictinas de clausura. Ellas conservan el museo, con una custodia de Arfe y abundante arte del Barroco, y la capilla con las tumbas de Alfonso VI y sus esposas frente al magnífico retablo de Churriguera. En el mismo edificio, un albergue da cobijo a miles de peregrinos cada año. Ejemplo de que el Camino es cultura, arte, tradición y, sobre todo, encuentro y reflexión.
Sor Anunciación, la madre abadesa, lleva el peso de la oración; las hermanas —todas geniales, como Marta con su canal en YouTube—, el trabajo y las consecuencias de vivir en un monumento del siglo XVI. Porta tanta paz y alegría como problemas. Este invierno vieron cómo se hundía el suelo del albergue y, recientemente, el desplome del techo de una sala. Unas obras costosas de las que van saliendo gracias a antiguos peregrinos, la venta de pastas y cosmética natural, y una economía de guerra.
La pandemia las dejó sin ingresos y la subvención de la Junta de Castilla y León no acaba de llegar. La abadesa, mujer de apariencia frágil y enorme fortaleza, ensalza a los maristas que gestionan la hospedería, reabierta en mayo. Tres padres, cada uno de un país, hacen frente con entrega a la hospitalidad y la acogida espiritual.
Es la intrahistoria de un punto emblemático del Camino, que, por primera vez en la historia y fruto del coronavirus, el 31 de diciembre cerrará un Año Jacobeo de 24 meses.
El maestro Mateo —al que ya no podemos abrazar— ha visto más peregrinos que nunca en su impresionante Pórtico de la Gloria, que ahora irradia luz y color.
Hasta la pandemia, el 80 % de los peregrinos transitaban por el Camino Francés. Este verano se ha diversificado. El calor y el fervor han llevado a muchos caminantes a redescubrir la ruta del norte, la Vía de la Plata, el Camino Portugués o el de Madrid.
Crece la necesidad de retorno a lo esencial. El peregrinaje constituye un manantial de emociones, cuya meta se halla en el propio trayecto. El caminante comparte esfuerzo, promesas; a veces dolor, alegría, serenidad, buscarse a sí mismo o desconectar de la vida diaria.
Con el hallazgo de la tumba atribuida a Santiago el Mayor en el siglo IX comienzan a llegar peregrinos de toda Europa. Se construyen calzadas, albergues y hospitales. La devoción lleva al Vaticano a celebrar Año Jubilar, tiempo de gracia para obtener el perdón, cada vez que el 25 de julio, fiesta del Apóstol, cae en domingo. El próximo será en 2027.
La vieira como emblema surge de una leyenda. En el Alto del Perdón, cerca de Pamplona, un peregrino exhausto rechaza el agua que le ofrece el demonio si reniega de Dios. Después, el Apóstol le da de beber con una cocha. Cada peregrino recibe la misma sensación en alguna etapa del Camino. Alguien le asiste en su debilidad o le acompaña en su tristeza.
Hombres o mujeres como sor Anunciación nunca nos abandonan. Ya saben que las lágrimas más amargas se derraman por lo que no se hizo. Y el Camino de Santiago es una gran oportunidad.
Leído en Alfa & Omega