El cura de los presos del Camino de Santiago
Jaume Alemany hace de los reclusos de la cárcel de Mallorca peregrinos con un fin terapéutico
Jaume Alemany lleva veintidós años entre rejas pese a que no ha cometido ningún delito. Fue su decisión. La de ser el capellán de la prisión de Mallorca, la cárcel a la que lleva —junto a otro sacerdote y treinta voluntarios— «olores y lenguajes» del exterior. «Nuestra sola presencia ya es terapéutica».
Una vez el año sale con doce reclusos con los que recorre, durante ocho días, el Camino de Santiago desde Sarria. Forma parte de las actividades impulsadas desde la pastoral penitenciaria, esa que deja al margen lo «repugnante» que pueda llegar a ser un delito «porque se trata de restituir a la persona».
«Ellos lo perciben como una muestra de confianza que no pueden defraudar. Supone un antes y un después»
Esa ruta jacobea, un oasis para los encarcelados, supone un antes y un después en la estancia en el centro penitenciario para muchos de ellos. Se lo relata Jaume a ABC en Compostela, donde coordina el grupo de Acogida Cristiana en el Camino. Un pie en Baleares y otro en el oeste gallego. «Es un momento muy importante para ellos porque supone un antes y un después».
Pero el proceso no es fácil. El «padre», como lo llaman los penados, tiene preferencia por esos con los que muchos no querrían ni tomar un café: «No quiero llevarme a los buenos porque no es un premio de fin de carrera, sino una terapia. Tienen que salir los que más lo necesitan o a los que más les puede aprovechar. Esta es mi visión. Pero la de los que mandan es que salgan quienes menos riesgo supongan, con delitos de poca monta. Nadie conocido ni por supuesto con delitos sexuales».
Al final, este párroco que sabe moverse entre los pasillos de la Justicia suele conseguir entre los elegidos de cada curso un equilibrio que le satisface. «Lo perciben como una muestra de confianza que saben que no pueden defraudar. Quizá si fueran con funcionarios de la prisión a lo mejor se plantearían escapar. Pero con la pastoral no. Saben que se acabaría el programa».
Los doce, como los apóstoles pero con condena y sin túnica, se echan la mochila a la espalda con Jaume al frente. Y se convierten en un peregrino más. «Les gusta pasar inadvertidos». Nada de andar comentando entre etapa y etapa que su Camino empezó en una celda.
Sin embargo, «en la Catedral de Santiago no tienen inconveniente en sentarse en los primeros bancos y el deán habla de ellos en público. Causa mucha sorpresa, claro. Coincidimos en la misa con gente con la que habíamos estado en los albergues». El rechazo torna entonces en aceptación e incluso en palabras de ánimo. Jaume comenta la siguiente anécdota entre risas: «Una señora mayor le pidió a un interno en el Camino que le cuidara la mochila mientras se duchaba. Cuando se enteró, decía: ¿Por qué no me dijiste que eras un preso?”. A lo que respondió: “¡Porque no me habría fiado su mochila!”».
Beneficios penitenciarios
Seguir las flechas amarillas «les abre perspectivas». A fin de cuentas, están donde están porque un día «se olvidaron del buen camino y han caído donde han caído. Cuando llegan se sienten responsables». Por eso Jaume defiende que esta experiencia podría suponer algún tipo de exención penitenciaria: «Hacer el Camino no puede ser un motivo para no cumplir la condena, pero sí para obtener beneficios». Por ejemplo, enumera, «adelantar la salida en medio año, conceder el tercer grado o la pulsera telemática». «La legislación, en general, tendría que cambiar en este sentido. Es demasiado técnica. Lo que realmente cura es el perdón y no se valora lo suficiente», opina.
Pronto volverá a ponerse en Camino. Animará a participar a Romano Liberto Van Der Dussen, el holandés que acaba de salir de la cárcel mallorquina tras doce años pese a ser inocente. Rememora cuando coordinó «Caminos de libertad», iniciativa en la que participaban seis o siete prisiones españolas a la vez por distintos Caminos. Hoy los permisos «se han endurecido».
Leído en ABC