¿Qué es el Codex Calixtinus?
El Codex Caliztinus —también conocido como Códice Calixtino— es el códice medieval más célebre de la peregrinación jacobea.
Consiste en una compilación en cinco libros de todos los textos litúrgicos, tradiciones jacobeas, milagros y memoria del camino de peregrinación, elaborada en la Compostela del siglo XII.
Se inició en tiempos de Diego Gelmírez (1100-1140), primer arzobispo de Santiago, y se concluyó en la década de 1170-1180 con la adición de unos folios con notación musical, que constituyen las polifonías más antiguas de Occidente.
Incluye una “guía del Camino Francés” y la primera música polifónica de Europa.
Se conserva en el archivo de la catedral de Santiago de Compostela.
¿De qué se compone el Codex Calixtinus?
El cuerpo principal del texto se estructura en cinco partes, siendo el más estudiado y relevante el Libro del Peregrino, atribuido tradicionalmente a Aimery Picaud.
A pesar de tener constancia de que este monje benedictino participó en la elaboración del texto medieval, aún existe cierta controversia con respecto a su autoría.
El Codex Calixtinus consta de cinco libros y dos apéndices, con un total de 225 folios de pergamino escritos en las dos caras, con un tamaño de 295 x 214 mm. Salvo excepciones, el texto es siempre a una columna, con 34 líneas por página.
La estructura del códice es la siguiente:
- Carta del papa Calixto II
- Libro I o Libro de las Liturgias (Anthologia liturgica): recopila los textos litúrgicos (misas, homilías, sermones) en honor del apóstol; el más célebre es el sermón Veneranda dies, donde se ofrecen muchas noticias sobre el significado de la peregrinación en la Edad Media.
- Libro II o Libro de los Milagros (De miraculi sancti Jacobi): recopila los 22 milagros más célebres de Santiago el Mayor, acaecidos en el camino de peregrinación, en el mar y en otras tierras alejadas.
- Libro III o Traslación del cuerpo a Santiago (Liber de translatione corporis sancti Jacobi ad Compostellam): está dedicado a la traslación del cuerpo de Santiago desde Jerusalén hasta Galicia, Es el conocido texto de la Translatio, que relata el viaje en barco de los restos del apóstol después de su muerte, recalando en Iria Flavia antes de ser sepultado en Compostela.
- Libro IV o de las Conquistas de Carlomagno (L’Historia Karoli Magni et Rotholandi): está dedicado a las aventuras de Carlomagno en España.
Se trata de un texto literario relacionado con los cantares de gesta medievales donde se desgrana la lucha del emperador franco y de héroes como Roldán contra los musulmanes, el descubrimiento de la tumba de Santiago, la construcción de la ciudad del apóstol y la liberación del Camino de peregrinación.
En él se relatan sucesos tan relevantes como la batalla de Roncesvalles o la aparición del Apóstol al conquistador Carlomagno, infundiéndole fuerza y valor ante la incursión musulmana.
Se le conoce también como la Crónica de Turpín. - Libro V o Guía del Peregrino (Iter pro peregrinis ad Compostellam): es el más conocido, porque describe los caminos de Santiago en Francia y en España, la ruta de peregrinación creada entre los siglos X y XII para llegar a Compostela.
El texto da abundantes noticias de los santuarios, pueblos, gentes, comidas y diversos peligros a los que se enfrenta el peregrino, describiendo también la Compostela del siglo XII y su catedral románica.
Se enumeran una serie de consejos a futuros peregrinos, tales como lugares en donde pernoctar, donde comer y por supuesto, precauciones a tener en consideración durante el Camino.
Se le conoce también como «Liber peregrinationis» - Apéndice musical del códice, un apartado también relevante.
La polifonía comenzó a crearse en la ciudad del apóstol después de dos siglos de búsquedas en las principales capillas musicales francesas.
La música del Liber está recogida en una colección de veintiuna piezas que representan los primeros ejemplos de polifonía europea.
Sus autores serían músicos franceses que trabajaban en el scriptorium catedralicio de Santiago, de la misma forma que había escultores, oficiales y maestros de obra con empleo en la fábrica de la catedral.
¿Quién escribió el Codex Calixtinus?
Los orígenes de este manuscrito compuesto por algo más de doscientos pergaminos y dividido en cinco libros y dos anexos son inciertos.
Sí que se sabe que fue copiado en varias ocasiones, siendo una de estas transcripciones la custodiada hoy en la capital compostelana.
Se desconoce tanto el paradero del Codex original, como su autor original, afirmando muchos expertos que pudo haber sido elaborado en Francia o en España.
Texo íntegro del «Liber peregrinationis»
Capítulo : Los itinerarios hacia Santiago
Cuatro son los itinerarios que conducen hacia Santiago y que en Puente la Reina, en tierras españolas, confluyen en uno solo.
El primero pasa por Saint-Gilles, Montpellier, Tolosa y Somport; el segundo por Santa María del Puy, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; el tercero, por Santa María Magdalena de Vézelay, San Leonardo de Limoges y la ciudad de Pérogueux; y el cuarto, por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers, San Juan d’Angély, San Eutropio de Saintes y la ciudad de Burdeos.
La ruta de Santa Fe, la de San Leonardo de Limoges y la de San Martín de Tours se juntan en Ostabal y pasado el Port de Cize se unen en Puente la Reina a la ruta que pasa por Somport, formando desde allí un solo camino hacia Santiago.
Capítulo II: Las jornadas del Camino de Santiago
Desde el Somport a Puente la Reina hay tres cortas etapas. La primera va de Borce, una villa situada al pie del Somport en la vertiente de Gascuña, hasta Jaca. La segunda va de Jaca a Monreal. La tercera de Monreal a Puente la Reina.
Por otro lado, de Port de Cize hasta Santiago hay 13 etapas.
La primera va de la villa de Saint-Michel, situada en la falda del Port de Cize en la vertiente de Gascuña, hasta Viscarret, es una etapa pequeña. La segunda va de Viscarret a Pamplona, es una etapa pequeña. La tercera va de la ciudad de Pamplona hasta Estella. La cuarta va de Estella hasta la ciudad de Nájera, claro está, a caballo. La quinta va de Nájera hasta la ciudad llamada Burgos, igualmente a caballo. La sexta va de Burgos a Frómista. La séptima, de Frómista a Sahagún. La octava va de Sahagún a la ciudad de León. La novena, de León a Rabanal. La décima, de Rabanal a Villafranca, en la embocadura del valle del río Valcarce, pasado el puerto del monte Irago. La undécima, de Villafranca a Triacastela, pasado el puerto del monte Cebrero. La duodécima, de Triacastela a Palas de Rey. La décimotercera, en fín, de Palas de Rey a Santiago, y es también moderada.
Capítulo III: Los nombres de las villas del Camino
De Somport a Puente la Reina, éstas son las localidades que se encuentran en la ruta jacobea: la primera es Borce, al pie del monte, en la vertiente de Gascuña; viene luego, cruzada la cima del monte, el Hospital de Santa Cristina, después Canfranc, a continuación Jaca, luego Osturit, después Tiermas con sus baños reales, que fluyen calientes constantemente. Luego Monreal y finalmente se encuentra Puente la Reina.
En cambio, en el Camino de Santiago que desde Port de Cize conduce a la basílica del santo en Galicia, se encuentran las siguientes localidades más importantes: en primer lugar, al pie del mismo nombre de Cize y en la vertiente de Gascuña, está la villa de Saint-Michel, luego, pasada la cima del monte, se encuentra el Hospital de Roldán, luego la villa de Roncesvalles, luego se encuentra Viscarret, después Larrasoaña, luego la ciudad de Pamplona, a continuación Puente la Reina, después Estella, que es fértil en buen pan, óptimo vino, carne y pescado, y llena de toda suerte de felicidades.
Vienen luego Los Arcos, Logroño, Villarroya, la ciudad de Nájera, Santo Domingo, Redecilla, Belorado, Villafranca-Montes de Oca, Atapuerca, la ciudad de Burgos, Tardajos, Hornillos, Castrojeriz, el puente de Itero, Frómista y Carrión, que es una villa próspera y excelente, abundante en pan, vino, carne y todo tipo de productos.
Viene luego Sahagún, pródigo en todo tipo de bienes, donde se encuentra el prado donde, se dice, que antaño reverdecieron las astas fulgurantes que los guerreros victoriosos habían hincado en tierra, para gloria del Señor.
Viene luego Mansilla, después León, ciudad sede de la corte real, llena de todo tipo de bienes, luego está Orbigo, la ciudad de Astorga, Rabanal, por sobrenombre “Cativo”, luego el puerto del monte Irago, Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos, después, Villafranca, en la embocadura del valle del río Valcarce, y Castrosarracín, luego Villaus, después el puerto del monte Cebrero y en su cima el hospital, luego Linares de Rey y Triacastela, en la falda del mismo monte, ya en Galicia, lugar donde los peregrinos cogen una piedra y la llevan hasta Castañeda, para obtener cal destinada a las obras de la basílica del Apóstol.
Vienen luego San Miguel, Barbadelo, Puertomarín, Sala de la Reina, Palas de Rey, Lebureiro, Santiago de Boente, Castañeda, Vilanova, Ferreiros y a continuación Compostela, la excelsa ciudad del Apóstol, repleta de todo tipo de encantos, la ciudad que custodia los restos mortales de Santiago, motivo por el que está considerada como la más dichosa y excelsa de las ciudades de España.
El motivo de la rápida enumeración de las localidades y etapas que preceden, ha sido para que los peregrinos, con esta información, se preocupen de proveer a los gastos de viaje, cuando partan para Santiago.
Capítulo IV: Los tres hospitales del mundo
Tres son particularmente las columnas, de extraordinaria utilidad, que el Señor estableció en este mundo para sostenimiento de sus pobres, a saber, el hospital de Jerusalén, el hospital de Mont-Joux y el hospital de Santa Cristina, en el Somport.
Están situados estos hospitales en puntos de verdadera necesidad, se trata de lugares santos, templos de Dios, lugar de recuperación para los bienaventurados peregrinos, descanso para los necesitados, alivio para los enfermos, salvación de los muertos y auxilio para los vivos.
En consecuencia, quien quiera que haya levantado estos lugares sacrosantos, sin duda alguna, estará en posesión del reino de Dios.
Capítulo V: Nombres de algunos que repararon el Camino de Santiago
He aquí los nombres de algunos constructores que durante el mandato del arzobispo compostelano Diego, de Alfonso, emperador de España y de Galicia, y del Papa Calixto, movidos por devoción y amor a Dios y al Apóstol, reconstruyeron el Camino de Santiago desde Rabanal a Portomarín, antes del año del Señor de 1120, durante el reinado de Alfonso, rey de Aragón y de Luis el Gordo, rey de Francia: Andrés, Rotgerio, Alvito, Fortus, Arnaldo, Esteban y Pedro, que reconstruyó el puente sobre el Miño, destruído por la reina Urraca; que sus almas y las de sus colaboradores descansen eternamente en paz.
Capítulo VI: Ríos buenos y malos en el Camino
Estos son los ríos que hay desde los puertos de Cize y el Somport, hasta Santiago.
Del Somport baja un río de agua saludable que riega territorio español, llamado Aragón. De Port de Cize, por otra parte, discurre, con dirección a Pamplona, un río saludable que algunos denominan Runa. Por Puente la Reina pasa el Arga y también el Runa. Por el lugar llamado Lorca, por la zona oriental, discurre el río llamado Salado: ¡cuidado con beber en él, ni tú ni tu caballo, pues es un río mortífero! Camino de Santiago, sentados a su orilla, encontramos a dos navarros afilando los cuchillos con los que solían desollar las caballerías de los peregrinos que bebían de aquel agua y morían. Les preguntamos y nos respondieron mintiendo, que aquel agua era potable, por lo que dimos a beber a nuestros caballos, de los que al punto murieron dos, que los navarros desollaron allí mismo.
Por Estella pasa el Ega, de agua dulce, sana y extraordinaria. Por la villa denominada Los Arcos discurre una corriente de agua mortífera, y después de Los Arcos, junto al primer hospital, es decir, entre Los Arcos y el mismo hospital, pasa a una corriente de agua mortífera para las caballerías y los hombres que la beben. Por la localidad llamada Torres, en territorio navarro, pasa un río mortífero para los animales y las personas que lo beben. A continuación, por la localidad llamada Cuevas, corre un río que es también mortífero.
Por Logroño pasa un río enorme llamado Ebro, de agua sana y rico en peces. Todos los ríos entre Estella y Logroño son malsanos para beber las personas y animales, y sus peces son nocivos. Si en España y en Galicia comes alguna vez el pescado vulgarmente llamado barbo, o el que los pictavenses llaman alosa y los italianos clipia, o la anguila o la tenca, ten por seguro que muy pronto, o te mueres o te pones malo. Y si por casualidad, alguien que comió de este pescado no se puso enfermo, eso se debe a que era más fuerte que los demás o a que llevaba mucho tiempo en aquella tierra. Tanto el pescado como la carne de vaca y de cerdo en España y Galicia, producen enfermedades a los extranjeros.
Los ríos de agua dulce y sana para beber, se conocen vulgarmente por estos nombres: el Pisuerga, que pasa por el puente de Itero; el Carrión, que pasa por Carrión; el Cea, por Sahagún; el Esla, por Mansilla; el Porma, por un enorme puente entre Mansilla y León; el Torío, que pasa por León, al pie del castro de los judíos; el Bernesga, en la misma ciudad, pero por la otra parte, es decir, en dirección a Astorga; el Sil, que pasa por Ponferrada en Valverde; el Cúa, por Cacabelos; el Burbia, que discurre por el puente de Villafranca; el Valcarce, que pasa por el valle de su nombre; el Miño, que pasa por Puertomarín; y un río, llamado Labacolla, porque en un paraje frondoso por el que pasa, a dos millas de Santiago, los peregrinos de nacionalidad francesa que se dirigían a Santiago, se quitaban la ropa y, por amor al Apóstol, solían lavarse no sólo sus partes, sino la suciedad de todo el cuerpo. El río Sar que discurre entre el Monte del Gozo y la ciudad de Santiago que se considera salubre. Se considera igualmente salubre el Sarela, que en dirección a poniente, corre por la otra parte de la ciudad.
He hecho esta descripción de los ríos, para que los peregrinos que van a Santiago traten de evitar beber en los que son mortíferos y pueden elegir los sanos para sí y sus cabalgaduras.
Capítulo VII: Nombre de las regiones y características de las gentes del Camino de Santiago
En el Camino de Santiago, por la ruta de Tolosa, la primera tierra que se encuentra, pasado el río Garona, es la de Gascuña, a partir de allí, superado el Somport, la tierra de Aragón y luego el territorio de los navarros hasta el puente de Arga y más allá.
Por la ruta de Port de Cize, después de la Turena, está el territorio de los pictavenses, tierra fértil, excelente y llena de todo género de bienes. Los pictavenses son gente valiente y aguerrida, muy hábiles en el manejo del arco, de las flechas y de la lanza en la guerra, animosos en el combate, rapidísimos en la carrera, atildados en el vestido, de facciones distinguidas, astutos en su expresión, muy generosos en las recompensas y pródigos en la hospitalidad.
Viene luego el territorio de Saintes, a continuación, pasado el estuario del Garona, viene el territorio de Burdeos, de excelente vino y rico en peces, pero de un lenguaje rústico. A los de Saintes se les considera de lenguaje rústico, pero a los de Burdeos todavía más.
Hay que atravesar, luego, en tres agotadoras jornadas las landas bordelesas. Es ésta una región falta de cualquier recurso, falta de pan, de vino, de carne, de pescado, de aguas y de fuentes; de escasa población, llana y arenosa, si bien abundante en miel, en mijo, en panizo y en cerdos. Si por casualidad atraviesa esta región en verano, protege cuidadosamente tu rostro de las enormes moscas, vulgarmente llamadas avispas o tábanos, que allí abundan sobremanera. Y si no miras con atención dónde pisas, te hundirás rápidamente hasta las rodillas, en la arena de mar que allí todo lo llena.
Atravesado este territorio viene la tierra de Gascuña, abundante en blanco pan y excelente vino tinto, llena de bosques, prados, ríos y saludables fuentes. Los gascones son ligeros de palabra, parlanchines, burlones, libidinosos, borrachines, comilones, desastrados en su indumentaria, faltos de joyas, pero hechos a la guerra y significados por su hospitalidad con los necesitados. Tienen la costumbre de comer sin mesa, sentados alrededor del fuego y beber todos por el mismo vaso. Comen y beben mucho, visten mal, y se acuestan vergonzosamente todos juntos, los sirvientes con el amo y el ama, sobre un poco de paja entre la suciedad.
A la salida de este territorio, en el Camino de Santiago, pasan dos ríos junto a la villa de San Juan de Sorde, uno por la parte derecha y el otro por la izquierda: uno se llama Gave y el otro río, y no pueden cruzarse más que en barca. Los barqueros merecen la más absoluta condena, pues aunque son ríos muy estrechos, por cada persona que pasan, sea rico o pobre, cobran de tarifa una moneda, y cuatro, que reclaman violenta y abusivamente, por la caballería. Además tienen una barca pequeña, construida de un tronco de árbol, en la que apenas caben los caballos; una vez montados, hay que andar con cuidado para no caerse al agua.
En consecuencia, será mejor que lleves el caballo fuera de la barca, por la corriente del río, arrastrándole por el freno. Por eso, monta en la barca con pocos, pues si se cargan en exceso, pronto zozobrará. Además, muchas veces los barqueros suben tal masa de peregrinos, tras cobrarles el billete, que la nave vuelca, y los peregrinos se ahogan en las aguas, de lo que se alegran macabramente, porque así se apoderan de los despojos de los náufragos.
Viene luego, cerca de Port de Cize, el territorio de los vascos, con la ciudad de Bayona en la costa, hacia el Norte. Es ésta una región de lengua bárbara, poblada de bosques, montañosa, falta de pan y vino y de todo género de alimentos excepto el alivio que representan las manzanas, la sidra y la leche.
En este territorio, es decir, en las proximidades de Port de Cize, en las localidades de Ostabat, Saint-Jean y Saint-Michel -Pied-de Port, los recaudadores de portazgo son tan malvados que merecen la más absoluta condena, porque armados con dos o tres garrotes, salen al paso de los peregrinos arrancándoles por la fuerza injustos tributos. Y si algún caminante se niega a pagar el dinero que le piden, le golpean con los garrotes y en medio de amenazas le registran hasta las calzas y le quitan el censo.
Las gentes de esta tierra son feroces como es feroz, montaraz y bárbara la misma tierra que habitan. Sus rostros feroces, así como la propia ferocidad de su bárbaro idioma, ponen terror en el alma de quien los contempla. Como legalmente sólo pueden cobrar impuestos a los mercaderes, el que cobran a los peregrinos y viajeros es ilegal. Cuando la tarifa sobre algo es de cuatro o de seis monedas, ellos cobran ocho o doce, es decir, el doble.
Por lo cual, exigimos y rogamos ardientemente que estos recaudadores, juntamente con el Rey de Aragón y demás personas acaudaladas que de ellos reciben el dinero de los tributos, así como aquellos que lo consienten, como son Raimundo de Soule, Viviano de Agramonte y el Vizconde de San Miguel con toda su descendencia, a la par que los referidos barqueros y Arnaldo de Guinia con toda su descendencia y con los restantes señores de los referidos ríos, que reciben injustamente de los mismos barqueros el dinero del pasaje, junto con los sacerdotes que a sabiendas les administran la penitencia y la eucaristía, o les celebran el oficio divino o les admiten en sus iglesias, que sean diligentemente excomulgados, no sólo en sus sedes episcopales, sino también en la basílica de Santiago, en presencia de los peregrinos, mientras no se arrepientan con prolongada y pública penitencia, y moderen sus tributos. Y cualquier prelado que, por afecto o por lucro, pretenda perdonarlos, reciba el golpe de la espada del anatema.
Es preciso saber que los recaudadores del portazgo no deben cobrar tributo alguno a los peregrinos, y que los referidos barqueros no pueden cobrar, como tarifa por la travesía, más que un óbolo por dos personas, si son ricas, y uno sólo por el caballo; y si son pobres, nada. Y que están obligados a tener barcas grandes, en las que quepan cómodamente las personas con sus caballerías.
En territorio todavía de los vascos, el Camino de Santiago pasa por un monte muy alto, denominado Port de Cize, bien por ser la puerta de España, o porque por ese monte se transportan las mercancías de un país a otro. Tiene ocho millas de subida y otras ocho de bajada; su altura, en efecto, es tanta que parece que toca el cielo. A quien lo sube le parece que puede palpar el cielo con su propia mano. Desde su cumbre puede verse el mar británico y occidental, así como los confines de tres regiones: Castilla, Aragón y Francia. En la cima de este monte hay un lugar llamado la Cruz de Carlomagno, porque en él, en tiempos pasados, Carlomagno se abrió camino con hachas, piquetas, azadas y otras herramientas, cuando, al frente de sus ejércitos, se dirigía a España. A continuación alzó figuradamente en alto la cruz del Señor, y doblando las rodillas en dirección a Galicia, elevó sus preces a Dios y a Santiago. Por este motivo, los peregrinos tienen por costumbre hincarse allí de rodillas y orar vueltos hacia la patria de Santiago, y cada uno deja clavada una cruz, estandarte del Señor. Hasta mil se pueden encontrar allí. De ahí que se tenga a éste por el primer lugar de oración a Santiago en el camino.
En ese monte, antes de que el cristianismo se extendiese por todo el territorio español, los impíos de los navarros y de los vascos, tenían por costumbre, a los peregrinos que se dirigían a Santiago, no sólo asaltarlos, sino montarlos como asnos y matarlos. Junto a este monte, en dirección norte, está el valle llamado Valcarlos, en el que acampó el mismo Carlomagno con sus ejércitos, cuando sus guerreros murieron en Roncesvalles. Por él pasan también muchos peregrinos camino de Santiago cuando no quieren escalar el monte.
A continuación, en la bajada, están el hospital y la iglesia en la que se encuentra el peñasco que el poderosísimo héroe Roldán, con su espada partió por medio de arriba a abajo, de tres golpes. Viene luego Roncesvalles, el lugar donde tuvo lugar el gran combate en el que perecieron el rey Marsilio, Roldán y Oliveros con otros cuarenta mil combatientes cristianos y sarracenos.
Pasado este valle, viene la tierra de los navarros, rica en pan, vino, leche y ganados. Navarros y vascos tienen características semejantes en las comidas, el vestido y la lengua, pero los vascos son de rostro más blanco que los navarros. Los navarros se visten con ropas negras y cortas hasta las rodillas como los escoceses y usan un tipo de calzado que llaman abarcas, hechas de cuero con el pelo sin curtir, atadas al pie con correas y que sólo envuelven las plantas de los pies, dejando al descubierto el resto. Gastan, en cambio, unos mantos negros de lana que les llegan hasta los codos, con orla, parecidos a un capote, y a los que llaman sayas. Como se ve, visten mal, lo mismo que comen y beben también mal, pues en casa de un navarro se tiene la costumbre de comer toda la familia, lo mismo el criado que el amo, la sirvienta que la señora, mezclando todos los platos en una sola cazuela, y nada de cucharas, sino con las propias manos, y beben todos del mismo jarro. Y oyéndoles hablar, te recuerdan los ladridos de los perros, por lo bárbaro de su lengua. A Dios le llaman urcia; a la Madre de Dios, andrea Maria; al pan, orgui; al vino, ardum; a la carne, aragui; al pescado, araign; a la casa, echea; al dueño de la casa, iaona; a la señora, andrea; a la iglesia, elicera; al sacerdote, belaterra, que significa bella tierra; al trigo, gari; al agua, uric; al rey, ereguia; y a Santiago, iaona domne iacue.
Son un pueblo bárbaro, diferente de todos los demás en sus costumbres y naturaleza, colmado de maldades, de color negro, de aspecto innoble, malvados, perversos, pérfidos, desleales, lujuriosos, borrachos, agresivos, feroces y salvajes, desalmados y réprobos, impíos y rudos, crueles y pendencieros, desprovistos de cualquier virtud y enseñados a todos los vicios e iniquidades, parejos en maldad a los getas y a los sarracenos y enemigos frontales de nuestra nación gala. Por una miserable moneda, un navarro o un vasco liquida, como pueda, a un francés. En alguna de sus comarcas, en Vizcaya o Álava por ejemplo, los navarros, mientras se calientan, se enseñan sus partes, el hombre a la mujer y la mujer al hombre. Además, los navarros fornican incestuosamente al ganado. Y cuentan también que el navarro coloca en las ancas de su mula o de su yegua una protección, para que no las pueda acceder más que él. Además, da lujuriosos besos a la vulva de su mujer y de su mula. Por todo ello, las personas con formación no pueden por menos de reprobar a los navarros.
Sin embargo, se les considera valientes en el campo de batalla, esforzados en el asalto, cumplidores en el pago de los diezmos, perseverantes en sus ofrendas al altar. El navarro, cada vez que va a la iglesia, ofrece a Dios pan, vino, trigo, o cualquier otra ofrenda. Dondequiera que vaya un navarro o un vasco se cuelga del cuello un cuerno como un cazador, y acostumbra a llevar dos o tres jabalinas, que ellos llaman auconas. Y cuando entra o vuelve a casa silva como un milano. Y cuando emboscado para asaltar una presa, quiere llamar sigilosamente a sus compañeros, canta como el buho o aúlla como un lobo.
Se suele decir que descienden del linaje de los escoceses, por lo semejante que son ellos en sus costumbres y aspecto. Es tradición que Julio César envió a tres pueblos: los nubios, los escoceses y los cornubianos “caudados”, para someter a los pueblos de España que no querían pagarle tributo, con la orden de pasar por la espada a todos los varones respetando la vida sólo a las mujeres. Entraron por mar en aquel territorio y, destruidas las naves, lo desvastaron a hierro y fuego desde Barcelona a Zaragoza y desde Bayona a Montes de Oca. No les fue posible rebasar estas fronteras, porque los castellanos unidos rechazaron el ataque fuera de sus confines. En su retirada huyeron a los montes de la costa situados entre Nájera, Pamplona y Bayona, es decir, en dirección al mar, en tierras de Vizcaya y Álava, donde se establecieron, levantando numerosas fortificaciones y dieron muerte a todos los varones para arrebatarles las esposas, de las que tuvieron hijos, a los que la posteridad denominó navarros. Por lo que navarro se traduce non verus, no verdadero, es decir nacido de estirpe no auténtica o de prosapia no legítima. Dícese también que los navarros tomaron su nombre primeramente de una ciudad llamada Naddaver, situada en la región de la que procedían, ciudad convertida al Señor en los primeros tiempos, por la predicación de San Mateo, apóstol y evangelista.
Después de su tierra, pasados los Montes de Oca, en dirección a Burgos continúa el territorio español con Castilla y Campos. Es una tierra llena de tesoros, de oro, plata, rica en paños y vigorosos caballos, abundante en pan, vino, carne, pescado, leche y miel. Sin embargo, carece de arbolado y está llena de hombres malos y viciosos.
Viene luego la tierra de los gallegos, pasados los confines de León y los puertos de los montes Irago y Cebrero. Es una tierra frondosa, con ríos, prados, de extraordinarios vergeles, buenos frutos y clarísimas fuentes; pero escasa en ciudades, villas y tierras de labor. Es escasa en pan, trigo y vino, pero abundante en pan de centeno y sidra, bien abastecida en ganados y caballerías, en leche y miel, y en pescados de mar grandes y pequeños; rica en oro, plata, telas, en pieles salvajes y otras riquezas, y hasta muy abundante en valiosas mercancías sarracénicas. Los gallegos son el pueblo que, entre los demás pueblos incultos de España, más se asemejan a nuestra nación gala, si no fuera porque son muy iracundos y litigiosos.
Capítulo VIII: Cuerpos de santos que descansan en el Camino de Santiago y que han de visitar los peregrinos
El primero que tienen que visitar quienes se dirigen a Santiago por el camino de Saint-Gilles, es el cuerpo del bienaventurado Trófimo, confesor, en Arlés. En su carta a Timoteo, hace mención de él San Pablo, que le ordenó obispo y le envió como primer predicador del evangelio de Cristo a la ciudad de Arlés. Él es la fuente cristalina, como dice el papa Zósimo, de la que toda la Galia recibió los arroyos de la fe. Su festividad se celebra el día 29 de diciembre.
Se ha de visitar también el cuerpo de San Cesáreo, obispo y mártir, que en la misma ciudad instituyó una regla monástica femenina. Su festividad se celebra el día 1 de noviembre.
En el cementerio de la misma ciudad hay que implorar también la protección de San Honorato, obispo, cuya festividad se celebra el 16 de enero. En su venerable y magnífica basílica descansa el cuerpo de San Ginés, mártir excelso.
En las afueras de Arlés hay un suburbio situado entre los dos brazos del Ródano, que se llama Trinquetaille, donde se levanta una columna de mármol magnífica, muy alta, levantada directamente sobre el suelo y detrás de la iglesia, columna a la que, según la tradición, la chusma infiel ató a San Ginés y le degolló; la columna aparece, hasta hoy en día, teñida de púrpura por su rosada sangre. Tras ser degollado, el santo en persona tomó su propia cabeza en las manos y la arrojó al Ródano y su cuerpo fue transportado por el río hasta la basílica de San Honorato, en la que yace con todos los honores. Su cabeza, en cambio, flotando por el Ródano y el mar, llegó guiada por los ángeles a la ciudad española de Cartagena, donde en la actualidad descansa gloriosamente y obra numerosos milagros. Su festividad se celebra el 25 de agosto.
Se ha de visitar luego, junto a la ciudad de Arlés, un cementerio situado en el lugar llamado Aliscamps, para suplicar, como es costumbre, por los difuntos, con oraciones, salmos y limosnas. Tiene una longitud y una anchura de una milla. En ningún otro cementerio podrán encontrarse con éste, tantas y tan grandes tumbas de mármol alineadas en el suelo. Están decoradas con diversos motivos, tienen inscritos textos latinos, y son antiguas como se desprende de su redacción ininteligible. Todo lo lejos que mires, seguirás viendo sarcófagos. En el recinto del cementerio hay siete capillas. El presbítero que celebre, en cualesquiera de ellas, la eucaristía por los difuntos, o el seglar que devotamente encargue a un sacerdote que celebre, o el clérigo que recite el salterio, el día de la resurección, en verdad que tendrá a todos aquellos piadosos difuntos que allí reposan, como abogados de su salvación ante el Señor. Pues son muchos los cuerpos de santos mártires y confesores que allí descansan, y cuyas almas gozan ya con Dios en el Paraíso. Su conmemoración es costumbre celebrarla el lunes de la octava de Pascua.
Igualmente hay que visitar, con ojos muy atentos, el gloriosísimo cuerpo de San Gil, piadosísimo confesor y abad. Efectivamente, al bienaventurado San Gil, famosísimo en todas las latitudes, deben venerarle todos, deben todos dignamente celebrarle, invocarle y visitarle. Después de los profetas y los apóstoles, nadie más digno que él entre los santos, nadie más santo, nadie más glorioso, nadie más rápido en auxiliar. Pues ha sido habitual en él venir, más rápido que los demás santos, en ayuda de los necesitados, de los afligidos y de los angustiados que le invocan. ¡Qué hermoso y qué provechoso es visitar su sepulcro! El día en que alguien le invoque de todo corazón, no hay duda de que recibirá dichosa ayuda.
Por mí mismo he comprobado lo que digo: en cierta ocasión vi, en su misma ciudad, a una persona que el día en que invocó al santo y por gracia suya, abandonó la casa de un zapatero llamado Peyrot; poco después la casa, que era muy vieja, se derrumbó completamente. ¡Ay, quién pudiese seguir contemplando su morada! ¡Ay, quién pudiese adorar a Dios en su sacratísima iglesia! ¡Ay, quién pudiese abrazar su sepulcro! ¡Ay, quién pudiese besar su venerable altar o narrar su piadosísima vida! Se pone un enfermo su túnica, y se cura; una persona mordida por una serpiente, se cura gracias a su indeficiente poder; otro se ve libre del demonio; se calma la tempestad en el mar; recupera la salud tanto tiempo anhelada la hija de Teócrita; a un enfermo que no tenía parte sana en su cuerpo, le llega la tan largamente ansiada curación; por su mandato se domestica y amansa una cierva antes indómita; se incremente su orden monástica bajo su mandato de abad; un energúmeno se ve libre del demonio; se le perdona a Carlomagno el pecado que un ángel le había revelado; vuelve un muerto a la vida; recobra un paralítico su primitiva salud; y hasta dos puertas talladas en madera de ciprés, con las imágenes de los príncipes de los apóstoles, llegan desde Roma al puerto del Ródano flotando sobre las aguas, sin que nadie las guíe, con sólo su poderoso mandato.
Me duele que la memoria no me consienta narrar todos sus venerables hechos, por ser tantos y tan notables. Aquella resplandeciente estrella venida de Grecia, después de iluminar con sus rayos a los provenzales, se puso espléndidamente entre ellos, pero no eclipsándose, sino incrementando su brillo; no perdiendo su resplandor, sino ofreciéndolo con doble intensidad a todos; no descendiendo a los abismos, sino ascendiendo a las cumbres del Olimpo; con su muerte no se apagó su luz, sino que, gracias a sus insignes fulgores, es el más resplandeciente de todos los santos astros, en los cuatro puntos cardinales. En efecto, a la media noche del domingo, uno de septiembre, se puso este astro que un coro angélico llevó consigo a la celestial morada. El pueblo godo junto con el orden monacal le dio hospitalidad, con honrosa sepultura, en un campo libre, entre la ciudad de Nimes y el Ródano.
Detrás del altar, sobre su cuerpo venerable, se alza una enorme arca de oro, que en la parte izquierda, en la primera franja, lleva esculpida la efigie de los seis apóstoles, ocupando la imagen de la bienaventurada Virgen María la primera posición; en una segunda franja, más arriba, aparecen los veinte signos solares por este orden: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Por medio de ellos corren ramos dorados en forma de sarmientos de vid. En la tercera franja, la de más arriba, aparecen las imágenes de doce de los veinticuatro ancianos, sobre cuyas cabezas están escritos estos versos:
“He aquí el esplendoroso coro de los ancianos 2 veces 12,
que con sus sonoras cítaras entonan dulces cantos”
En la parte derecha, en la primera franja, hay igualmente otras siete imágenes: seis son de apóstoles y la séptima de un discípulo de Cristo. Sobre las cabezas de los apóstoles están esculpidas además a ambos lados del arca, en figura de mujer, las virtudes de que estuvieron adornados: Benignidad, Mansedumbre, Fe, Esperanza, Caridad, etc. En la segunda franja de la derecha hay esculpida vegetación a modo de sarmientos de vid. En la tercera franja, más arriba, al igual que en la parte izquierda, aparecen las otras doce figuras de los vienticuatro ancianos, con estos versos sobre sus cabezas:
“Esta urna egregia, adornada de gemas y oro,
contiene las reliquias de San Gil;
a quien la rompa, Dios le maldiga por siempre,
maldígale Gil y la corte celestial en pleno”
La cubierta del arca, en su parte superior, está ejecutada a ambas aguas, a modo de escamas de peces. En el remate hay engarzadas trece piedras de cristal de roca, unas a modo de escaques, otras en forma de manzanas o de granadas. Uno de los cristales es enorme y tiene la forma de un gran pez erguido, una trucha, con la cola vuelta hacia arriba. El primer cristal, semejante a una gran olla sobre la que reposa una preciosa cruz de oro muy resplandeciente, es enorme.
En el centro de la cara anterior del arca, dentro de un círculo dorado está sentado el Señor, impartiendo la bendición con la mano derecha, sosteniendo en la izquierda un libro en el que se lee:”Amad la paz y la verdad”. Bajo el escabel de sus pies hay una estrella dorada, y junto a sus brazos dos letras: Alfa y Omega, una a la derecha y otra a la izquierda. Sobre su trono refulgen dos piedras preciosas de forma increíble. Junto al trono, por fuera, están representados los cuatro evangelistas con alas; a sus pies tienen sendas cartelas en las que están escritos sucesivamente los comienzos de sus respectivos evangelios. Mateo está representado en figura humana, a la derecha y arriba; Lucas en figura de buey, abajo; Juan, en figura de águila, a la izquierda y arriba; y debajo, Marcos en forma de león. Junto al trono del Señor hay además dos ángeles admirablemente esculpidos: un querubín a la derecha con los pies sobre Lucas, y un serafín a la izquierda con los pies, a su vez, sobre Marcos.
Hay dos filas de piedras preciosas de todas las clases: una, rodeando el trono en que se sienta el Señor, y la otra recorriendo igualmente los bordes del arca, y tres juntas simbolizando la Trinidad de Dios, formando un conjunto admirable. Además un personaje ilustre clavó al pie del arca, mirando hacia el altar y con clavos de oro, su propio retrato en oro, por amor al santo. Este retrato aparece hoy todavía allí, para gloria de Dios.
En la otra cara del arca, por la parte de atrás, está esculpida la Pasión del Señor. En la primera franja, aparecen seis apóstoles con los rostros alzados, contemplando al Señor que sube al cielo. Sobre sus cabezas se leen estas palabras:”Galileos, este Jesús, llevado al cielo de entre vosotros, vendrá como le habéis visto”. En la segunda franja, hay otros seis apóstoles, colocados de idéntica forma. A uno y otro lado, los apóstoles están separados por columnas doradas.
En la tercera franja, se yergue el Señor en un trono dorado, con dos ángeles de pie, uno a su derecha y otro a su izquierda, los cuales, desde fuera del trono, con sus manos se lo muestran a los apóstoles, elevando una mano hacia arriba, e inclinando la otra hacia abajo. Sobre la cabeza del Señor, fuera del trono, hay una paloma como volando sobre él. En la cuarta franja, está esculpido el Señor en otro trono de oro y junto a El los cuatro evangelistas: Lucas, en figura de buey, contra el mediodía, abajo; y Mateo en figura de hombre, arriba. En la otra parte, contra el norte está Marcos en figura de león, abajo; y Juan, a manera de águila, arriba. Hay que adevertir que la majestad del Señor en el trono no está sentada, sino en pie, con la espalda vuelta hacia el mediodía, mirando como al cielo con la cabeza erguida, la mano derecha alzada y sosteniendo en la izquierda una crucecita: de esta forma va subiendo hacia el Padre, que le recibe en el remate del arca.
Así es el sepulcro de San Gil, confesor, en el que su cuerpo venerable reposa con todos los honores. Avergüéncese pues, los húngaros que dicen que poseen su cuerpo; avergüéncese los monjes de Chamalières que sueñan tenerlo completo; que se fastidien los sansequaneses que alardean de poseer su cabeza; lo mismo que los normandos de la península de Cotetin que se jactan de tener la totalidad de su cuerpo, cuando en realidad, sus sacratísimos huesos no pueden sacarse fuera de su tierra, como muchos han atestiguado.
Hubo, en efecto, quien en cierta ocasión intentó llevarse con engaño el venerable brazo del santo confesor fuera de su patria, trasladándolo a tierras lejanas, pero en modo alguno fue capaz de marcharse con él. Hay cuatro santos cuyos cuerpos dicen, y hay muchos testigos de ello, que no hay quien pueda sacarlos de sus sarcófagos: Santiago el del Zebedeo, San Martín de Tours, San Leonardo de Limoges y San Gil, confesor de Cristo. Se cuenta que el Rey de los francos, Felipe, intentó en cierta ocasión trasladar sus cuerpos a Francia, pero no consiguió por ningún medio sacarlos de sus sarcófagos.
Pues bien, los que van a Santiago por la vía tolosana, deben visitar el sepulcro de San Guillermo, confesor, que fue alférez egregio, y no de los menos significados condes de Carlomagno, soldado muy valiente y un gran experto en la guerra. Sabemos que con su gran valor conquistó para la causa cristiana las ciudades de Nimes, Orange y otras muchas. Llevándose consigo un trozo de la cruz del Señor, se retiró al valle de Gellone, donde llevó vida eremítica y en el que reposa con todos los honores después de morir como bienaventurado confesor del Señor. Se celebra su sagrada fiesta el día 28 de mayo.
En esta misma ruta hay que visitar también los cuerpos de los santos mártires Tiberio, Modesto y Florencia, que, en tiempos de Diocleciano, sufrieron el martirio por la fe de Cristo con diversas torturas. Sus cuerpos reposan en un hermoso sepulcro a orillas del río Hérault y su festividad se celebra el 10 de noviembre.
En esta misma ruta hay que visitar, también, el venerable cuerpo del bienaventurado Saturnino, obispo y mártir. Apresado por los paganos en el Capitolio de Tolosa, le ataron a unos fieros toros sin domar que, desde lo alto de la ciudadela, le arrastraron por las escalinatas de piedra abajo, a lo largo de una milla, destrozándole la cabeza y vaciándole los sesos, y con todo el cuerpo desgarrado entregó dignamente su alma a Cristo. Su sepulcro se halla en un bello emplazamiento junto a la ciudad de Tolosa, donde los fieles levantaron en su honor una enorme basílica, con una comunidad de canónigos regulares bajo la regla de San Agustín. Allí concede el Señor numerosos beneficios a quienes le imploran. Su fiesta se celebra el 29 de noviembre.
Borgoñeses y teutones que peregrinan a Santiago por el camino del Puy, deben visitar también el venerable cuerpo de Santa Fé, virgen y mártir. Degollado su cuerpo por los verdugos en el monte de la ciudad de Agen, coros de ángeles trasladaron su alma santa al cielo como si fuese una paloma y la adornaron con la corona de la inmortalidad. Al contemplar la escena Caprasio, obispo de Agen, oculto hasta entonces en una cueva para evitar el furor de la persecución, lleno de ánimo para soportar los tormentos, se apresuró a dirigirse al lugar del suplicio de la santa virgen, y esforzándose denodadamente, se hizo acreedor a la palma del martirio, echando en cara a sus perseguidores la tardanza con que actuaban.
Finalmente los cristianos dieron honrosa sepultura al preciosísimo cuerpo de Santa Fé, virgen y mártir, en el valle llamado de Conques. Sobre él levantaron una magnífica basílica en la que, para honra del Señor, hasta el día de hoy se observa diligentemente la regla de San Benito. Numerosas gracias se conceden allí a sanos y enfermos, y a la puerta de la basílica brota una magnífica fuente, admirable más allá de toda ponderación. Su festividad se celebra el 6 de octubre.
A continuación, en el Camino de Santiago, por San Leonardo, los peregrinos han de venerar en primer lugar, como se merece, el glorioso cuerpo de Santa María Magdalena. Es ésta aquella gloriosa María que en casa de Simón el leproso regó con sus lágrimas los pies del Salvador, los enjugó con sus cabellos y los ungió con un precioso ungüento, besándolos reverentemente. Por ello se le perdonaron sus muchos pecados, porque amó mucho a quien ama a todos los hombres, Jesucristo, su redentor. María Magdalena llegó por mar, desde Jerusalén a tierras de Provenza, desembarcando en el puerto de Marsella después de la Ascensión del Señor, en compañía de San Maximino, discípulo de Cristo, y de otros discípulos del Señor.
En esa tierra llevó vida solitaria durante varios años, hasta que el mismo Maximino, obispo de Aix, la dio sepultura en esa ciudad. Mucho tiempo después, un caballero de santa vida monacal, llamado Badilón, trasladó sus preciosos restos desde esta ciudad hasta Vézelay, donde hasta el día de hoy reposan con todos los honores. En este lugar se levanta también una enorme y bellísima basilica con una abadía monacal; por intercesión de la santa, el Señor perdona sus culpas a los pecadores, devuelve la vista a los ciegos, suelta la lengua a los mudos, endereza a los cojos, libera a los endemoniados y concede a otros muchos, inefables favores. Sus sagradas fiestas se celebran el 22 de julio.
Hay que visitar también el santo cuerpo del bienaventurado Leonardo confesor, descendiente de muy noble estirpe de los francos y criado en la corte real. Por amor de Dios Supremo, renunció a los pecados del siglo, y en territorio de Limoges, en un lugar llamado Noblat, durante largo tiempo llevó vida solitaria y eremítica, en medio de frecuentes ayunos, numerosas vigilias, fríos, desnudeces e indecibles trabajos, hasta que en aquel mismo solitario lugar descansó con santa muerte.
Sus sagrados restos dícese que son inamovibles. Avergüéncense, por tanto, los monjes de Corbigny que dicen poseer el cuerpo de San Leonardo, ya que es imposible mover ni la más mínima porción de sus huesos ni de sus cenizas, como hemos dicho más arriba. Es verdad que los monjes de Corbigny, y otros muchos, se benefician de sus favores y milagros, pero carecen de su presencia corporal. Como no han podido tener el cuerpo de San Leonardo de Limoges, lo que veneran en su lugar es el cuerpo de un personaje llamado Leotardo, que les llegó, según refieren, de tierras de Anjou en un arca de plata. A éste le cambiaron el nombre tas su muerte, como si hubiese que bautizarlo de nuevo, y le pusieron el de San Leonardo para que, atraídos por un nombre tan ilustre y famoso como el de San Leonardo de Limoges, acudiesen los peregrinos y les enriqueciesen con sus ofrendas. Celebran su fiesta el 15 de octubre.
Primeramente hicieron de San Leonardo de Limoges el patrono de su basílica, luego pusieron a otro en su lugar al estilo de los siervos envidiosos que arrebatan la propiedad a su legítimo dueño para entregársela, con indigno proceder, a un extraño. Se parecen también a un mal padre que le quita la hija a su legítimo esposo para dársela a otro. Como dice el salmista:”Cambiaron su gloria por la imágen de un becerro”. A quienes así se comportan les reprende el sabio con estas palabras: “No entregues tu honor a extraños”. Los devotos peregrinos extranjeros y nacionales que allí llegan, creen encontrar el cuerpo de San Leonardo de Limoges, que es el que ellos aman, y sin saberlo, les dan uno por otro. Prescindiendo de quién es el que hace los milagros en Corgigny, lo que es cierto es que quien libera a los cautivos y les conduce a Corbigny es San Leonardo de Limoges, por más que haya sido desposeído del patronazgo de la iglesia de Corbigny. De donde resulta que los monjes de Corbigny incurren en una doble falta: primero, no venerar a quien con sus milagros les enriquece y no celebrar su culto; segundo, en su lugar dar indebidamente culto a otro.
La fama de San Leonardo de Limoges, confesor, la ha extendido ya la divina clemencia a lo largo y a lo ancho de todo el orbe: su extraordinario poder libera del cautiverio a incontables millares de cautivos; cuyas cadenas, más brutales de lo que pueda decirse, cuelgan a miles como testimonio de innumerables milagros, en derredor de la basílica, a derecha e izquierda, por dentro y por fuera. Te admirarías hasta lo indecible si vieses la cantidad de postes que hay en la basílica cargados de tantas y tan terribles cadenas. Allí cuelgan, en efecto, esposas de hierro, argollas, cadenas, grilletes, cepos, lazos, cerrojos, yugos, yelmos, hoces y otros instrumentos de los que el poderosísimo confesor de Cristo libró a los cautivos con su extraordinario poder.
Es admirable en él cómo ha solido aparecerse en figura humana en las mazmorras, incluso allende los mares, a quienes sufrían cautiverio, según testifican los mismos a quienes por el divino poder liberó. Bellamente se cumple en él, lo que el profeta vaticinó diciendo: “Con frecuencia liberó a quienes yacían sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte, aherrojados en la miseria y las cadenas. En medio de su tribulación acudieron a él que les libró de sus angustias. Los rescató del camino de la iniquidad porque rompió las puertas de bronce e hizo saltar los cerrojos de hierro. A presos con grilletes y muchos nobles con esposas de hierro, los liberó”. Muchas veces también los cristianos han ido a parar, encadenados, a manos de los gentiles, como es el caso de Bohemundo, quedando así sometidos a quienes les odian, sufriendo tribulaciones de sus enemigos y humillados bajo su poder. Mas San Leonardo los ha liberado muchas veces, los ha sacado de las tinieblas y de la sombra de la muerte y ha roto sus cadenas. A quienes están atados les dice: “Salid”; y a los que yacen en las tinieblas:”Venid a luz”. Su sagrada solemnidad se celebra el 6 de noviembre.
Después de San Leonardo se ha de visitar, en la ciudad de Périgueux, el cuerpo de San Frontón, obispo y confesor, que ordenado con el orden pontifical por San Pedro en Roma, fue enviado a ducha ciudad a predicar con un presbítero llamado Jorge. Partieron juntos, mas en el camino murió Jorge y fue sepultado. Vuelto San Frontón al Apóstol, anunció la muerte de su compañero. San Pedro le entregó su báculo diciéndole: “Pon este báculo mío sobre el cuerpo de tu compañero diciéndole: Por aquel mandato que recibiste del Apóstol en nombre de Cristo levántate y cúmplelo”.
Y así sucedió. Vuelto San Frontón, recobra el cuerpo de su compañero gracias al báculo del Apóstol, y con su predicación convierte la ciudad a Cristo, ilustrándola con numerosos milagros. Tras su santa muerte en ella, recibió sepultura en la basílica que bajo su nombre se construyó, en la que la largueza divina concede muchos beneficios a quienes le invocan. Hay quienes dicen que San Frontón formó parte del grupo de los discípulos de Cristo. Su sepulcro, que no se asemeja al de ningún otro santo, resulta perfectamente redondo como el del Señor y aventaja a los sepulcros de los demás santos por la belleza de su admirable fábrica. Su sagrada fiesta se celebra el 25 de octubre.
A su vez, quienes se dirigen a Santiago por el camino de Tours, deben visitar en la iglesia de la Santa Cruz de la ciudad de Orleans, el Lignum Crucis y el cáliz de San Evurcio, obispo y confesor. En efecto, celebrando un día misa San Evurcio, en lo alto del altar apareció visible a todos los presentes la mano derecha del Señor en forma humana, y lo que el oficiante hacía sobre el altar, lo hacía ella misma: cuando el oficiante hacía la señal de la cruz sobre el pan y el cáliz, ella lo hacía igual; y, cuando levantaba el pan o el cáliz, la mano de Dios levantaba también un verdadero pan y un cáliz.
Concluído el sacrificio, desapareció la piadosísima mano del Salvador. Por donde se nos da a entender que, sea quien sea el sacerdote que canta la misa, es el mismo Cristo quien la canta. Por ello es por lo que dice San Fulgencio, doctor: “No es el hombre quien convierte el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado”. Y San Isidoro dice así: “Ni por la bondad del buen sacerdote se vuelve mejor el sacrificio, ni por la maldad del mal sacerdote, se vuelve peor”.
En la iglesia de la Santa Cruz, para la comunión se usa habitualmente este cáliz, siempre que lo pidan los fieles, tanto los naturales como los extranjeros. Igualmente en esta ciudad hay que visitar el cuerpo de San Evurcio, obispo y confesor. Y también en la misma ciudad, se ha de visitar, en la iglesia de San Sansón, el cuchillo auténtico que se usó en la cena del Señor.
En el mismo camino se ha de visitar, a orillas del Loira, el glorioso cuerpo de San Martín, obispo y confesor, a quien se atribuye haber resucitado a tres muertos, y de quien se dice que devolvió la ansiada salud a los leprosos, energúmenos, erráticos, lunáticos y demoníacos, y demás enfermos. El sarcófago en el que descansan sus sagrados restos junto a la ciudad de Tours, refulge con gran cantidad de plata, oro y piedras preciosas, y resplandece con frecuentes milagros. Sobre él se levanta una enorme basílica de admirable fábrica, puesta bajo su advocación a semejanza de la Iglesia de Santiago. A ella acuden los enfermos y se curan, los endemoniados quedan libres, los ciegos ven, los paralíticos se yerguen, se cura todo tipo de enfermedades, y los que piden reciben cumplida asistencia, por lo que su excelsa fama se ha difundido por todas partes para honra de Cristo con justas alabanzas. Su festividad se celebra el 11 de noviembre.
A partir de allí se ha de visitar el santísimo cuerpo de San Hilario, obispo y confesor, en la ciudad de Poitiers. Entre otros milagros, este santo derrotó, lleno de virtud de Dios, la herejía arriana, y nos enseño a mantener la unidad de la fe. Incapaz León, ganado por la herejía, de aceptar su sagrada doctrina, se salió del Concilio y en las letrinas murió por sí mismo, de una vergonzosa descomposición del vientre. Sucedió también que, queriendo sentarse San Hilario en el Concilio, se elevó la tierra y le prestó asiento.
Con su sola voz hizo saltar los cerrojos de las puertas del Concilio; por la fe católica sufrió destierro durante cuatro años en una isla de Frisia; con su mandato puso en fuga una plaga de serpientes. En Poitiers, a una madre que lloraba, le devolvió su hijo, muerto con muerte doble. El sepulcro donde sus sacratísimos fuesos se ofrecen a la veneración, está decorado con abundante oro, plata y piedras preciosísimas, y su basílica, enorme y espléndida, es venerada por sus continuos milagros. Su sagrada solemnidad se celebra el 13 de enero.
Hay que ir a ver también la venerable cabeza de San Juan Bautista, traída de manos de unos religiosos desde tierras de Jerusalén hasta un lugar que se llama Angély, en tierras de Poitou, donde se levantó bajo su advocación una enorme basílica de admirable fábrica, en la que la santísima cabeza es venerada día y noche por un coro de 100 monjes, y se ve esclarecida con innumerables milagros. Durante su traslado esta cabeza obró innumerables prodigios por mar y por tierra. En efecto, en el mar conjuró muchos peligros de la navegación y en la tierra, según refiere la crónica de su traslación, devolvió la vida a varios muertos. Por este motivo se cree con toda certeza que se trata de la cabeza auténtica del venerable Precursor. Su ivención tuvo lugar el 24 de febrero, en tiempos del emperador Marciano, cuando el mismo Precursor reveló a dos monjes el lugar en que su cabeza estaba escondida.
En la ciudad de Saintes, camino de Santiago, los peregrinos han de visitar devotamente el cuerpo de San Eutropio, obispo y mártir, cuya sagrada pasión escribió en griego San Dionisio, compañero suyo y obispo de París, enviándoselo luego, a través del Papa Clemente, a Grecia, a sus padres, que ya creían en Cristo. Esta exposición de su martirio la encontré yo hace tiempo en una escuela griega de Constantinopla, en un códice que contenía las pasiones de muchos santos mártires, y la traduje, lo mejor que pude, del griego al latín, para honra de Nuestro Señor Jesucristo y del santo mártir Eutropio. Comenzaba así:
“Dionisio, obispo de los francos, de raza griega, al venerable papa Clemente, salud en Cristo. Os informamos de que Eutropio, a quien enviasteis conmigo a estas tierras para predicar el nombre de Cristo en la ciudad de Saintes, recibió la corona del martirio a manos de los gentiles, en defensa de la fe del Señor. Por lo cual, suplico humildemente a Vuestra Paternidad que no dilatéis el enviar, lo más rápidamente posible, esta relación de su pasión a mis parientes, conocidos y fieles amigos de Grecia, y especialmente de Atenas, para que ellos y todos los demás que conmigo recibieron en otro tiempo del apóstol San Pablo el agua de la nueva regeneración, al oir que este mártir glorioso afrontó por la fe de Cristo una cruel muerte, se alegren de haber soportado tribulaciones y sufrimientos por el nombre de Cristo. Y si por casualidad recibiesen de la furia de los gentiles algún tipo de martirio, aprendan a aceptarlo pacientemente por Cristo y no lo teman en exceso. Porque todo el que quiere vivir piadosamente en Cristo, es preciso que sufra las afrentas de los impíos y los herejes, y que los desprecien como a locos e insensatos. Porque es preciso entrar en el reino de Dios, a través de muchas tribulaciones.
Con el cuerpo lejano,
en ánimo y espíritu cercano,
te envío un “adiós”:
que sea siempre con Dios.
Comienza la pasión de San Eutropio, obispo de Saintes y mártir
El glorioso mártir de Cristo Eutropio, dulce obispo de Saintes, de estirpe gentil de los Persas, nació de la más excelsa prosapia del mundo entero: lo engendró según la carne, de la reina Guiva, el emir de Babilonia llamado Jerjes. Nadie más excelso que él por su estirpe, ni, tras la conversión, más humilde por su fe y obras. Educóse, en su infancia, en la cultura caldea y griega e igualó en prudencia y curiosidad intelectual a los más elevados personajes de todo el reino. Deseando saber si en la corte del Rey Herodes había alguien con más curiosidad que él, o algo desconocido para él, dirigiose a ella en Galilea.
Durante el tiempo que permaneció en la corte, le llegó el rumor de los milagros del Salvador, y se puso a buscarle de ciudad en ciudad. Encontrándole al otro lado del mar de Galilea, es decir, en Tiberíades, con una incontable muchedumbre de gente que le seguí, atraída por sus milagros, le siguió con ellos. Por disposición de la divina gracia, ese día aconteció que el Salvador en su inefable largueza, y estando presente Eutropio, sació a cinco mil personas, con cinco panes y dos peces. A la vista de este milagro y oída la fama de todos los demás, aunque Eutropio había comenzado a creer en El y deseaba hablarle, no se atrevía por temor a la severidad de su preceptor Nicanor, a cuya custodia le había confiado su padre, el emir.
Sin embargo, saciado con el pan de la divina gracia, se dirigió a Jerusalén y, adorando al Señor en el templo a la manera de los gentiles, volvió a casa de su padre, a quien comenzó a contar todo lo que atentamente había visto en las tierras de donde venía, de esta manera: “He visto un hombre llamado Cristo, a quien no puede hallársele semejante en todo el mundo. Por sí mismo da la vida a los muertos, la limpieza a los leprosos, la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el perdido vigor a los paralíticos y la salud a toda clse de enfermos. Y aún más: ante mi vista sació a cinco mil personas con cinco panes y dos peces y con las sobras llenaron sus discípulos doce canastas. Donde El se encuentra no hay lugar para el hambre, el frío o la muerte. Si el Creador del cielo y de la tierra se dignase enviarle a nuestro país, ojalá te dignases brindarle el honor debido”.
Oyendo el emir a su hijo, estas y otras cosas parecidas, planeaba en silencio cómo podría verle. Poco después, deseando el muchacho ver de nuevo al Señor, se dirige a Jerusalén para orar en el templo, conseguida a duras penas licencia del rey. Le acompañaban el general de los ejércitos, Warradac y el camarero real y preceptor del niño, Nicanor y otros muchos nobles que el emir le había asignado para su custodia. Volviendo un día el muchacho del templo, encontrándose a las puertas de Jerusalén con el Señor que regresaba de Betania, donde había resucitado a Lázaro, entre innumerables turbas que confluían de todas partes.
Viendo como los hijos de los hebreos y otras multitudes de gentiles, saliéndole al encuentro, alfombraban el camino por donde iba a pasar, con flores y ramos de palmeras, olivos y otros árboles, gritando: “Hosanna al hijo de David”, lleno de un indecible gozo, se puso solícitamente a extender flores a su paso. Al contarle algunos que había resucitado a Lázaro a los cuatro días de muerto, todavía se alegró más. Pero, como la excesiva multitud de gentes que afluían por doquier no le dejaban ver bien al Salvador, comenzó a entristecerse sobremanera, pues se contaba entre aquellos de los que San Juan nos asegura en su evangelio: “Y había algunos gentiles, de los que había venido para hacer oración el día de la fiesta, los cuales acercándose a Felipe, que era de Betsaida, le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe en compañía de Andrés se lo anunció al Señor, e inmediatamente San Eutropio con sus acompañantes pudo contemplarlo cara a cara, lo que le dio gran alegría y comenzó a creer en secreto en El.
Al fin, se le unió del todo, pero temía la opinión de sus acompañantes a quienes su padre había ordenado taxativamente que le protegiesen eficazmente y se lo devolviesen a casa. Supo entonces por algunos, que los judíos iban a dar muerte próximamente al Salvador y, no queriendo contemplar la muerte de tan gran hombre, al día siguiente partió de Jerusalén. Vuelto donde su padre, comenzó a contar a todos, punto por punto, en su patria, lo que del Salvador había visto en Jerusalén.
Tras una breve estancia en Babilonia, ansioso de unirse por completo al Salvador y creyendo que todavía estaba vivo corporalmente, al cabo de 45 días se vuelve a Jerusalén con un escudero, a escondidas de su padre. Le produjo un profundo dolor cuando se enteró que el Señor, a quien amaba ocultamente, había sido crucificado y muerto por los judíos, mas comenzó a alegrarse profundamente cuando se enteró que había resucitado de entre los muertos, se había aparecido a los discípulos y había subido triunfalmente a los cielos. Finalmente, unido a los discípulos del Señor, supo con todo detalle por ellos, cómo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo había descendido sobre ellos en forma de lenguas de fuego, como había llenado sus corazones y les había enseñado todas las lenguas.
Lleno del Espíritu Santo regresó a Babilonia y enardecido de amor a Cristo, pasó por la espada a los judios que encontró en su tierra en castigo por los que en Jerusalén habían condenado a muerte al Señor. Por otro lado, pasado algún tiempo, al distribuirse los discípulos del Señor por las diversas regiones de la tierra, por disposición divina se dirigieron a Persia aquellos dos candelabros de oro, refulgentes de fe, a saber, Simón y Tadeo, apóstoles del Señor. Llegados a Babilonia, expulsaron de sus confines a los magos Zaroen y Arfaxat, que con vacías palabras y vanos milagros apartaban a las gentes de fe. Ambos comenzaron a esparcir por doquier la semilla de la vida eterna y a brillar con todo tipo de milagros.
Alegre por su llegada, el santo niño Eutropio incitaba al rey a abandonar los falsos ídolos de los gentíles, para abrazar la fe cristiana por la que merecería alcanzar el reino de los cielos. ¿Y a qué seguir? En seguida, por la predicación de los apóstoles, se regeneraron con la gracia del bautismo, recibido de manos de los mismos apóstoles, el rey y su hijo, con numerosos grupos de ciudadanos de Babilonia. Finalmente, convertida toda la ciudad a la fe del Señor, establecieron los apóstoles una iglesia con todas sus jerarquías: A Abdías, hombre de confianza, imbuido de las enseñanzas evangélicas, a quien habían traído consigo de Jerusalén, le nombraron prelado del pueblo cristiano, así como a Eutropio archidiácono, y se marcharon a predicar la palabra de Dios a otras ciudades. No mucho tiempo después remataron en otro lugar la vida presente con el triunfo del martirio.
San Eutropio escribió su pasión en caldeo y griego y, oyendo la fama de los milagros y virtudes de San Pedro, príncipe de los apóstoles, que por entonces ejercía su apostolado en Roma, renuncia del todo al siglo y se dirige a Roma con licencia de su obispo, pero a espaldas de su padre. Fue recibido amablemente por San Pedro que le imbuyó en los preceptos del Señor durante una corta estancia con él, hasta que emprende con otros hermanos, por mandato y recomendación del mismo San Pedro, la evangelización de la Galia.
Al entrar en una ciudad llamada Saintes, hallóla muy bien guarnecida en todo su perímetro por antiguas murallas, adornada con altas torres, en un excelente emplazamiento, de una proporción y dimensiones adecuadas, abundante en todo tipo de bienes y provisiones, repleta de abundantes y excelentes pardos, fuentes y bosques, atravesada por un gran río, rodeada de fértiles huertes, pomaradas y viñedos, envuelta por una sana atmósfera, de amenas plazas y calles y atractiva por muchos encantos. Comenzó San Eutropio en su celoso afán, a pensar que Dios se dignaría convertir del error de los gentiles y del culto a los ídolos a una ciudad tan bella y tan noble y someterla a las leyes cristianas.
Y así predicaba insistentemente la palabra de Dios, recorriendo las plazas y calles de la ciudad. En cuanto se percataron los ciudadanos de Saintes, de que se trataba de un extranjero y oyeron en su predicación las palabras Santísima Trinidad y bautismo, hasta entonces desconocidas para ellos, llenos de indignación le expulsaron de la ciudad quemándole con teas y azotándole cruelmente con varas. Sobrellevando con paciencia esta persecución, se construyó en un monte de los alrededores de la ciudad una cabaña de troncos, en la que moró largo tiempo. Durante el día predicaba en la ciudad y la noche la pasaba en su choza en medio de vigilias, oraciones y lágrimas.
Al no conseguir convertir a Cristo, tras un larguísimo período de tiempo, más que a unas pocas personas, trajo a su mente el precepto del Señor: “Quienes no os quisieren recibir o escuchar vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies”. Vuelve de nuevo a Roma, donde San Pedro había sufrido la crucifixión, y recibe de San Clemente, que ya era papa, la orden de volver a la ciudad y buscar en ella la corona del martirio predicando los preceptos del Señor.
Finalmente, recibido del mismo Papa el orden episcopal, se dirigió a Auxerre, junto con San Dionisio que había venido a Roma desde Grecia, acompañado de los demás hermanos que el mismo Clemente enviaba para evangelizar la Galia. En Auxerre se separaron con abrazos llenos de amor de Cristo y con lágrimas: Dionisio con sus compañeros de dirigió a la ciudad de París, y el bienaventurado Eutropio volvió a Saintes, fortalecido en su ánimo para soportar el martirio, lleno del celo de Cristo y animándose a sí mismo con estas palabras: “El Señor es mi ayuda, no temeré qué me pueda hacer el hombre”. “Aunque los perseguidores puedan matar el cuerpo, no pueden matar el alma”. “La piel por la piel y todo lo que tiene el hombre, délo por su alma”.
A partir de entonces entraba constantemente en la ciudad y predicaba como un loco la fe del Señor, insistiendo a tiempo y a destiempo y enseñando a todos la Encarnación, Pasión, Resurrección y Ascensión de Cristo, con los demás sufrimientos que se dignó afrontar por la salvación del género humano. Proclamaba además a todos, que sólo puede entrar en el reino de Dios quien hubiere renacido por el agua y el Espíritu Santo. Por la noche seguía cobijándose en la referida choza como antes. Así pues, por su predicación y la pronta asistencia de la divina gracia, son bautizados por él muchos paganos en la ciudad.
Entre ellos se regenera por las aguas del bautismo una hija del rey llamada Eustella. Al saberlo su padre, abomina de ella y la expulsa de la ciudad. Mas ella, consciente de que había sido expulsada por amor de Cristo, se fue a vivir junto a la choza del santo varón. El padre, afligido por su amor, la envió frecuentes recados para que volviese a casa, pero ella respondió que prefería vivir fuera de la ciudad por la fe de Cristo, a vivir en ella y contaminarse con los ídolos.
Preso de cólera el padre, convoca a los sicarios de toda la ciudad en número de 150, y les ordena dar muerte a San Eutropio y traerle a la muchacha a casa. El día 30 de abril, acompañados de una multitud de gentiles, se llegaron los verdugos a la choza del santo varón donde primero le apedrearon, azotándole luego desnudo con palos y correas plomeadas, para darle finalmente muerte cortándole la cabeza con segures y hachas. La muchacha, por su parte, ayudada de varios cristianos, le enterró por la noche en la cabaña y durante toda su vida no dejó de venerarle con continuas vigilias, luces votivas y santas preces.
Al abandonar esta vida con santa muerte, ordenó que la sepultaran junto al sepulcro de su maestro, en un terreno suyo. Con posterioridad, los cristianos levantaron sobre el santísimo cuerpo de San Eutropio en su honor, una gran iglesia de admirable fábrica, bajo la advocación de la Santa e Individua Trinidad. En ella se obran frecuentes curaciones de todo tipo de enfermedades: se yerguen los paralíticos, recobran la vista los ciegos, vuelve el oído a los sordos, quedan libres los endemoniados, y reciben saludables ayudas todos los que oran con ánimo sincero. Sobre sus muros suspenden los presos cadenas de hierro, esposas y demás instrumentos de diversa naturaleza, de los que San Eutropio los liberó. Que él, pues, por sus grandes méritos y súplicas nos consiga el perdón de Dios, nos purifique de nuestros pecados, fortalezca las virtudes en nosotros, encamine nuestras vidas, nos arranque de las fauces del abismo en trance de la muerte, en el juicio final aplaque la ira terrible del Juez eterno, y nos conduzca al excelso reino de los cielos. Con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios, por los infinitos siglos de los siglos. Amén
A continuación, en la costa, junto a Blaye, se ha de pedir la protección de San Román, en cuya iglesia descansa el cuerpo del bienaventurado mártir Roldán, de noble estirpe, a saber, conde del rey Carlomagno, uno de los doce pares, que animado del celo de la fe, penetró en España para combatir a los infieles. Tenía tanta fuerza que, según se cuenta, en Roncesvalles, con su espada, de tres tajos hendió un peñasco de arriba abajo; e igualmente, cuando tocaba la trompeta, la rajó por el medio con el aire de sus pulmones. La trompeta de marfil rajada está en la iglesia de San Severino de Burdeos, y sobre el peñasco de Roncesvalles se levanta una iglesia.
Después de haber ganado Roldán numerosas batallas contra reyes y gentiles, y de haber sufrido las fatigas del frío, el hambre y el calor, víctima, por amor de Dios, de durísimos golpes y constantes heridas, herido por flechas y lanzas, se cuenta que finalmente murió de sed en el referido valle, como insigne mártir de Cristo. Su sagrado cuerpo lo enterraron sus compañeros con veneración en la iglesia de San Román de Blaye.
A continuación, se ha de visitar en Burdeos el cuerpo de San Severino, obispo y confesor, su festividad se celebra el 23 de octubre.
Igualmente en las Landas de Burdeos, en la villa de Belín, hay que visitar los cuerpos de los santos mártires Oliveros, Gandelbodo, rey de Frisia; Ogiero, rey de Dacia; Arestiano, rey de Bretaña; Garín, duque de Lorena y de otros muchos guerreros de Carlomagno que, tras derrotar a los ejércitos paganos, fueron muertos en España, por la fe de Cristo. Sus compañeros trasladaron sus preciosos cuerpos hasta Belín donde los enterraron respetuosamente. Yacen, pues, todos juntos en un único sepulcro, el cual exhala un suavísimo aroma que cura a los enfermos.
A continuación, en España hay que visitar el cuerpo de Santo Domingo, confesor, que construyó el tramo de calzada en el cual reposa, entre la ciudad de Nájera y Redecilla del Camino.
Hay que visitar también los cuerpos de los santos mártires Facundo y Primitivo, cuya basílica construyó Carlomagno. Junto a la villa se encuentra la alameda en la que se dice que reverdecieron las astas de las lanzas de los guerreros, clavadas en el suelo. Su solemnidad se celebra el 27 de noviembre.
A continuación se ha de visitar en León el venerable cuerpo de San Isidoro, obispo, confesor y doctor, que instituyó una piadosa regla para sus clérigos, y que ilustró a los españoles con sus doctrinas y honró a toda la Santa Iglesia con sus florecientes obras.
Finalmente, en la ciudad de Compostela, se ha de visitar con sumo cuidado y devoción el cuerpo dignísimo del apóstol Santiago.
Que todos los santos, con todos los demás santos de Dios, nos asistan con sus méritos y súplicas ante Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios por infinitos siglos de los siglos. Amén.
Capítulo IX: Características de la ciudad y basílica de Santiago Apóstol en Galicia
La ciudad de Compostela está situada entre dos ríos llamados Sar y Sarela. El Sar se encuentra al oriente entre el Monte del Gozo y la ciudad, y el Sarela al poniente. Las entradas y puertas de la ciudad son siete. La primera entrada se llama Puerta Francesa; la segunda, Puerta de la Peña; la tercera, Puerta de Sofrades; la cuarta, Puerta del Santo Peregrino; la quinta, Puerta Falguera, que conduce a Padrón; la sexta, Puerta de Susannis; y la séptima, Puerta de Mazarelos, por la que llega el precioso licor de Baco a la ciudad.
Las iglesias de la ciudad
Habitualmente se cuentan en esta ciudad 10 iglesias, entre las que, situada en el centro, resplandece gloriosa como la más importante, la del gloriosísimo apóstol Santiago, el hijo del Zebedeo; la segunda es la de San Pedro apóstol, una abadía de monjes, situada en el camino francés; la tercera es la de San Miguel, llamada de la Cisterna; la cuarta, también abadía de monjes, es la de San Martín, obispo, llamada de Pinario; la quinta, que es el cementerio de los peregrinos, es la de la Santísima Trinidad; la sexta es la de Santa Susana virgen, situada en el camino de Padrón; la séptima es la de San Félix, mártir; la octava, la de San Benito; la novena, situada detrás de la del Apóstol, es la de San Pelayo mártir; la décima es la de Santa María Virgen, situada detrás de la del Apóstol, y con entrada directa a la misma basílica, entre el altar de San Nicolás y el de la Santa Cruz.
Dimensiones de la iglesia
La basílica de Santiago tiene de longitud 53 alzadas de hombre, a saber, desde la puerta occidental hasta el altar del Salvador. De anchura, en cambio, es decir, desde la Puerta Francesa hasta la del mediodía, tiene 39. Su longitud y anchura por fuera no hay quien pueda saberlo. La iglesia en sí consta de nueve naves en la parte inferior, y seis en la superior y una capilla mayor, en la que se halla situado el altar del Salvador, y una girola y un cuerpo y dos brazos, y otras ocho capillas pequeñas más, cada una con su respectivo altar.
Hemos de explicar que de las nueve naves, seis son pequeñas y tres grandes. La primera nave, la principal, va desde la puerta occidental hasta los pilares centrales, que en número de cuatro, sustentan toda la iglesia, y tiene una navecita a la derecha y otra a la izquierda. Las otras dos naves grandes se hallan en los doa brazos: la primera se extiende desde la Puerta Francesa hasta los cuatro pilares del crucero de la iglesia; y la segunda, desde los mismos pilares hasta la puerta meridional. Estas dos naves tienen a su vez dos navecillas laterales. Las tres naves principales alcanzan hasta el techo de la iglesia, mientras que las seis pequeñas alcanzan sólo hasta las medias cimbras. Las naves grandes tienen todas ellas una anchura de once alzadas y media de hombre. Hemos de explicar que una alzada de hombre son justos ocho palmos. En la nave mayor hay 29 pilares: 14 a la derecha y otros tantos a la izquierda, más otro en el interior, entre los dos portales, mirando al aquilón, y el cual separa los ciborios. En las naves del crucero, por otro lado, es decir, desde la Puerta Francesa hasta la del mediodía, hay 26 pilares: 12 a la derecha y otros tantos a la izquierda, y dos delante de las puertas en el interior, los cuales separan los ciborios y los portales.
En el ábside de la iglesia hay otras ocho columnas exentas, entorno al altar de Santiago. Las seis naves pequeñas de arriba, en el triforio de la iglesia, tienen la misma longitud y anchura que sus correspondientes que están debajo de ellas. Por uno de los costados están soportadas por muros, y por el otro, por pilares que desde abajo, desde las naves grandes, ascienden hacia lo alto, y por unos pilares dobles, que los canteros llaman medias cindrias. En las naves de arriba hay tantos pilares como en las de abajo, y arriba, en el triforio, tantos arcos como abajo. Pero en las naves del triforio, entre pilar y pilar, hay siempre dos columnas juntas que los canteros llaman cindrias.
En esta iglesia no hay grieta ni defecto alguno; está magníficamente construída, es grande, espaciosa, luminosa, armoniosa, bien proporcionada en anchura, longitud y altura, y de admirable e inefable fábrica. Además, tiene doble planta como un palacio real. Quine recorre por arriba las naves del triforio, aunque suba triste, se vuelve alegre y gozoso al contemplar la espléndida belleza del templo.
Las ventanas
Las vidrieras que hay en la catedral alcanzan el número de 63. Sobre cada uno de los altares del ábside, hay tres. En cambio, en el cielo de la basílica, en torno al altar de Santiago, hay cinco vidrieras por las que el altar del Apóstol recibe una intensa iluminación. Y arriba, en el triforio, el número de vidrieras alcanza 43.
Los pórticos
Tres pórticos mayores y siete pequeños tiene la iglesia: el primero, es decir, el principal, mira al poniente; el segundo, al mediodía, y el tercero al norte. En cada pórtico hay dos entradas, y en cada una de ellas dos puertas. De los siete pórticos pequeños, el primero se llama de Santa María; el segundo, de la Vía Sacra; el tercero de San Pelayo; el cuarto, de la Canónica; el quinto, de la Pedrera, al igual que el sexto; y el séptimo, de la escuela de gramáticos. Este da acceso además al palacio arzobispal.
La fuente de Santiago
Cuando nosotros, los de nación francesa, queremos entrar en la basílica del Apóstol, lo hacemos por la puerta septentrional. Delante de esta entrada, junto al camino, se halla el hospital de peregrinos pobres de Santiago, y a continuación, al otro lado de la calle, hay un atrio del que se baja por 9 peldaños. Al concluir la escalera de este atrio, hay una admirable fuente que no tiene pareja en todo el mundo. Se asienta esta fuente sobre tres escalones de piedra, que sostienen una hermosísima taza de piedra de forma circular, y cóncava, a manera de cubeta o cuenco, de tal tamaño que yo calculo que pueden bañarse cómodamente en ella quince personas. En su centro reposa una columna de bronce, de forma base heptagonal y de una altura proporcionada. De su remate salen cuatro leones, que echan por la boca cuatro chorros de agua, para refrigerio de los peregrinos y de los habitantes de la ciudad. Los chorros que salen de las fauces de los leones caen a la taza, que desagua en forma subterránea por un orificio perforado en ella. Y así ni se ve de dónde viene el agua ni adónde va. Es un agua dulce, nutritiva, sana, clara, magnífica, templada en invierno y fresca en verano. En la columna de bronce, bajo las garras de los leones, está grabado todo alrededor, en dos líneas, este texto:
“Yo, Bernardo, Tesorero de Santiago, traje aquí esta agua y realicé la presente obra para remedio de mi alma y de as de mis padres en la era MCLX el tercero de los idus de abril” (= 11 de abril de 1122).
El paraíso de la ciudad
Detrás de la fuente está, según dijimos, el paraíso (atrio), pavimentado de piedra, en el que, entre los emblemas de Santiago, se venden las conchas a los peregrinos. Se venden allí también botas de vino, zapatos, mochilas de piel de ciervo, bolsas, correas, cinturones y hierbas medicinales de todo tipo y demás especias, así como otros muchos productos. Los cambistas, mesoneros y otros mercaderes están en la rúa Francígena. La extensión del paraíso es de un tiro de piedra por cada lado.
La puerta septentrional
Detrás de este atrio (paraíso), está la puerta septentrional o Francígena de la basílica de Santiago, en la que hay dos entradas, también hermosamente labradas con los siguientes elementos: en cada una de las dos entradas, por la parte de fuera, hay seis columnas, unas de mármol y otras de piedra, tres a la derecha y tres a la izquierda, es decir, seis en una entrada y seis en la otra, lo que en total hace doce. Sobre la columna adosada al muro que por la parte de fuera separa los dos pórticos, está sentado el Señor en trono de majestad, impartiendo la bendición con la derecha y con un libro en la izquierda.
Rodeando el trono, y como sosteniéndolo, aparecen los cuatro evangelistas; a su derecha está representado el paraíso, donde el Señor vuelve a aparecer reprendiendo por su pecado a Adán y Eva; y a la izquierda, en otra representación, expulsándolos del paraíso. Allí mismo hay representados por doquier innumerables imágenes de santos, bestias, hombres, ángeles, mujeres, flores y demás criaturas, cuyo significado y formas no podemos describir, por su gran número. Sin embargo, sobre la puerta de la izquierda, según entramos en la catedral, es decir, en el tímpano, está representada la anunciación de la bienaventurada Virgen María. Aparece también el ángel Gabriel dirigiéndole la palabra, a la izquierda de la entrada lateral, sobre las puertas, aparecen labrados los meses del año y otras muchas bellas representaciones. En las paredes, por la parte de fuera, aparecen dos enormes y feroces leones, uno a la derecha y otro a la izquierda, que miran siempre a las puertas en actitud vigilante. En las jambas, en la parte alta, aparecen cuatro apóstoles sosteniendo cada uno en su mano ziquierda sendos libros y con las diestras elevadas impartiendo la bendición a los que entran en la catedral: en la puerta de la izquierda, a la derecha, está Pedro, y a la izquierda, Pablo; y en la puerta de la derecha, a la derecha, el apóstol Juan, y a la izquierda Santiago. Además sobre cada una de las cabezas de los apóstoles, aparecen esculpidos unas cabezas de toro que resaltan de los dinteles.
La puerta meridional
La puerta meridional de la basílica del Apóstol tiene, como hemos dicho, dos entradas y cuatro hojas. En la entrada de la derecha, por la parte de fuera está esculpida, en primer término, de modo admirable, encima de las puertas, el prendimiento del Señor. Allí se le ve atado a la columna a manos de los judíos, y azotado con correas, mientras Pilatos está sentado en su trono en actitud de juez. En la franja siguiente, encima de la anterior, aparece la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, con su Hijo en Belén, y los tres Reyes que vienen con su triple ofrenda a visitar al Niño y a la Madre, y la estrella y el ángel que los advierte de que no vuelvan al palacio de Herodes.
En las jambas de esta entrada hay dos apóstoles, uno a la derecha y otro a la izquierda, como guardianes de las puertas. De igual manera en la entrada de la izquierda, también en las jambas, hay otros dos apóstoles. En primer término de la misma entrada, sobre las puertas, están esculpidas las tentaciones del Señor. En efecto, ante el Señor aparecen unos horribles ángeles como monstruos, que le colocan sobre el pináculo del templo. Otros le presentan piedras incitándole a que las convierta en pan, mientras que otros le muestran los reinos del mundo insinuando que se los darán si postrándose los adora, ¡cosa que Dios no quiera! Pero hay también otros ángeles blancos, es decir, buenos, a su espalda y por arriba, adorándole con incensarios.
En el mismo pórtico aparecen cuatro leones, uno a la derecha en una de las entradas, y otro a la izquierda en la otra. En la parte alta del pilar, entre las dos entradas, hay otros dos feroces leones, con las grupas apoyadas el uno contra el otro. En el mismo pórtico hay además once columnas: cinco a la derecha, a la entrada derecha; y cinco a la izquierda, en la entrada de la izquierda; mientras que la undécima está entre las dos entradas, dividiendo los ciborios. Estas columnas, unas de mármol y otras de piedra, tienen esculpidas bellas imágenes de flores, hombres, aves y animales. El mármol es de color blanco.
Y no se ha de echar en olvido que junto a la escena de las tentaciones del Señor, está representada una mujer que sostiene en sus manos la cabeza putrefacta de su amante, arrancada por el propio marido, quien la obliga a besarla dos veces por día. ¡Grande y admirable castigo para contárselo a todos el de esta mujer adúltera!
En la zona superior, sobre las cuatro puertas, hacia el triforio de la iglesia, resplandece con hermosura un llamativo conjunto de piezas de mármol blanco. Aparece, en efecto, allí el Señor en pie, San Pedro a su izquierda con las llaves en las manos, Santiago a la derecha entre dos cipreses, y junto a él, su hermano San Juan. A derecha e izquierda están los demás apóstoles. Así pues, el muro, por arriba y por abajo, a derecha e izquierda, está bellamente labrado con flores, hombres, santos, bestias, aves, peces, y otros motivos que no podemos describir. Finalmente, sobre los ciborios, hay cuatro ángeles con sendas trompetas que anuncian el día del juicio.
La puerta occidental
La puerta occidental con sus dos entradas, supera a las demás en belleza, proporciones y ejecución. Es más grande y más hermosa que las demás y está más finamentejecutada; desde fuera se accede por numerosos peldaños y está decorada con columnas de mármol de diversos tipos, con distintas representaciones y de varios estilos: hombres, mujeres, animales, aves, santos, ángeles, flores y adornos de diversa índole.
Son tantos los motivos que la decoran, que me es imposible describirlos. Sin embargo, señalemos, que en la parte de arriba está bellamente esculpida la transfiguración del Señor, tal cual sucedió en el monte Tabor. Aparece, en efecto, en ella el Señor envuelto en una blanca nube, con el rostro resplandeciente como el sol y la túnica refulgente como la nieve; el Padre le habla desde lo alto, mientras que Moisés y Elías, que se aparecieron al mismo tiempo, hablan con El de la muerte que había de afrontar en Jerusalén. Allí aparecen también Santiago, Pedro y Juan, a quienes el Señor reveló su Transfiguración con preferencia a los demás.
Las torres de la basílica
Nueve torres habrá en este templo: dos sobre el pórtico de la fuente, otras dos sobre el pórtico meridional, otras dos sobre el pórtico occidental, otras dos sobre cada una de las escaleras de caracol, y otra mayor sobre el crucero en el centro de la basílica. Gracias a ellas y a las demás bellísimas realizaciones, la catedral de Santiago resplandece con gloriosa magnificencia. Además, toda ella está construida de poderosos bloques vivos, grisáceos y de una grandureza como el mármol, en su interior está decorada con diversas clases de pinturas, y por el exterior está muy bien cubierta con tejas y plomo. Sin embargo, de esta relación, unas cosas están terminadas y otras sin acabar.
Los altares de la basílica
Los altares de este templo van por este orden: primero, junto a la Puerta Francígena, que se halla en la parte izquierda, está el altar de San Nicolás; después el de la Santa Cruz; a continuación, en el ábside, el de Santa Fe, virgen; luego, el de San Juan apóstol y evangelista, hermano de Santiago; viene luego el altar del Salvador, en la capilla mayor del ábside; después, el altar de San Pedro apóstol; luego, el de San Andrés; luego, el altar de San Martín, obispo; y luego, el altar de San Juan Bautista. Entre el altar de Santiago y el Salvador, está el altar de Santa María Magdalena, donde se cantan las misas matinales para los peregrinos. Arriba, en el triforio del templo, hay tres altares: el principal dedicado a San Miguel arcángel; en la parte derecha otro dedicado a San Benito; y otro en la izquierda, el de los santos Pablo apóstol y Nicolás obispo. Es aquí donde se halla la capilla del arzobispo.
El cuerpo y el altar de Santiago
Ya que hemos expuesto hasta aquí las características del templo, vamos a tratar ahora del venerable altar del Apóstol. Pues en esta venerable basílica, es tradición que descansa con todo los honores, el cuerpo venerado de Santiago, debajo del altar mayor que se ha levantado en su honor, guardado en un arca de mármol, en un magnífico sepulcro de bóveda, admirablemente ejecutado y de dignas proporciones.
Este cuerpo se encuentra también entre los anamovibles, según el testimonio de San Teodomiro, obispo de la ciudad, que fue quien en su días lo descubrió y no le fue posible moverlo. Ruborícense, pues, los émulos transpirenaicos, que afirman poseer una parte o reliquias suyas. Porque el cuerpo del Apóstol se encuentra íntegro allí, divinamente iluminado con celestiales carbúnculos, honrado por divinos aromas que axhalan sin cesar, adornado con refulgentes luminarias celestes, y agasajado fervientemente por angélicos presentes.
Sobre su sepulcro hay un pequeño altar que, dicen, fue levantado por sus discípulos, y que por amor al Apóstol y a sus discípulos, no se ha atrevido nadie a desmontar después. Sobre éste se levanta un altar grande y maravilloso de cinco palmos de altura, doce de longitud y siete de anchura. Estas medidas las he tomado yo con mis propias manos. El altar pequeño está encerrado bajo el grande por tres lados, a saber, por la izquierda, por la derecha y por detrás, pero abierto por el frente, de forma que, quitando el frontal de plata, se puede ver perfectamente el altar viejo.
Si alguien, por devoción al Apóstol, quisiere regalar un mantel o un lienzo para cubrir su altar, que sea de nueve palmos de ancho y veintiuno de largo. Pero si por amor de Dios y devoción al Apóstol, alguien regala un frontal, procure que sea de siete palmos de ancho y trece de largo.
El frontal de plata
El frontal que cierra el altar está bellamente trabajando en oro y plata. En el centro tiene esculpido el trono del Señor, rodeado por los veinticuatro ancianos, ordenados como San Juan, hermano de Santiago, los vio en su Apocalipsis, a saber, doce a la derecha y otros tantos a la izquierda, cin cítara y pomos de oro llenos de perfumes en sus manos. En el centro se sienta el Señor, como en trono de majestad, con el libro de la vida en la mano izquierda e impartiendo la bendición con la derecha. En torno al trono, están los cuatro evangelistas como sosteniéndolo. A derecha e izquierda, están colocados los doce apóstoles: tres a la derecha en la primera fila, y otros tres encima; lo mismo que a la izquierda, con tres en la primera fila y otros tres en la de arriba. Hay también hermosas flores en derredor y muy bellas columnas separando a los apóstoles. El frontal, de bella y fina labor, en la parte alta tiene grabados estos versos:
Diego Segundo, prelado que fue de Santiago, esta tabla
Hizo, cuando un quinquenio su episcopado cumplió,
Y del tesoro del Santo Apóstol setenta con cinco
Marcos de plata, para coste de la obra contó.
En la parte baja, tiene también esta inscripción:
Rey era entonces Alfonso, y su yerno el Conde Raimundo,
Cuando el prelado dicho, tal obra a cabo llevó.
El templete del altar del Apóstol
El templete que cubre el venerable altar, está decorado por dentro y por fuera con admirables pinturas y dibujos y con diversos adornos. Es cuadrado, descansa sobre cuatro columnas y de altura y medidas proporcionadas. En el interior, en primera fila, aparecen en figura de mujer las ocho virtudes particulares que cita San Pablo, dos en cada ángulo. Sobre sus cabezas, se yerguen ángeles que con sus manos alzadas sostienen el trono que ocupa el remate del templete.
En el centro del trono se sitúa el Cordero de Dios que levanta la cruz con su pie. Hay tantos ángeles como virtudes. Por el exterior, en primer término, hay cuatro ángeles que con sus trompetas anuncian la resurección del día del juicio. Hay dos por delante en una cara, y dos detrás en la obra. A la misma altura hay cuatro profetas: Moisés y Abrahán en la cara izquierda, e Isaac y Jacob en la derecha. Cada uno tiene en su mano una cartela con su profecía particular. En la fila superior están sentados en círculo los doce apóstoles. En la primera cara, es decir, por delante, aparece sentando en el medio Santiago, con un libro en la mano izquierda e impartiendo la bendición con la derecha. A derecha e izquierda tiene sendos apóstoles en la misma fila. De igual forma hay tres apóstoles en el lado derecho del templete, tres a la izquierda y otros tres detrás.
Sobre la cubierta, se sientan cuatro ángeles como guardando el altar, y en las esquinas del templete, en el remate de la cubierta, están esculpidos los cuatro evangelistas con sus propios símbolos. Por dentro está pintado y por fuera esculpido y pintado. En la cúspide, por el exterior, se remata en un triple arco, en el que está esculpida la Divina Trinidad. En el primer arco, el que mira a occidente está la persona del Padre; en el segundo, entre el mediodía y el oriente, la del Hijo; y en el tercero, el que mira al norte, la persona del Espíritu Santo. Y sobre este remate descansa una bola de plata resplandeciente sobre la que se alza una preciosa cruz.
Las tres lámparas
Ante el altar de Santiago cuelgan tres grandes lámparas de plata en honor de Cristo y del Apóstol. La del medio es muy grande y está admirablemente cincelada en forma de pebetero, con siete recipientes con otras tantas luces, en representación de los siete dones del Espíritu Santo. Estos recipientes no se rellenan más que con aceite de bálsamo, de mirto, de mirobálano o de oliva. El recipiente mayor está en el centro, y cada uno de los otros seis que le rodean, lleva esculpidos por fuera dos apóstoles. ¡Que el alma del rey Alfonso de Aragón que, según se dice, fue quien la donó a Santiago, descanse en paz eterna!
De la dignidad de la iglesia de Santiago y sus canónigos
En el altar de Santiago habitualmente no celebra misa quien no sea obispo o arzobispo, para o cardenal de la misma iglesia. Porque habitualmente acostumbra a haber siete cardenales en la misma basílica, los cuales celebran en es altar los divinos oficios. Creados y reconocidos por muchos papas, han sido además confirmados por el papa Calixto, nuestro señor. Esta dignidad que la basílica de Santiago posee por una respetable tradición, nadie debe quitársela, por amor al Apóstol.
Los canteros de la iglesia, principio y fin de su construcción
Los maestros canteros que emprendieron la construcción de la basílica de Santiago, se llamaban Don Bernardo el Viejo, maestro admirable, y Roberto, con aproximadamente otros 50 canteros que allí trabajaban asiduamente, bajo la solícitada dirección de don Wicarto, don Segeredo, prior del cabildo, y del abad don Gundesindo; durante el reinado de Alfonso, rey de las Españas, y durante el obispado de don Diego I, guerrero esforzado y varón generoso. El templo se comenzó en la Era MCXVI. Desde esta fecha hasta la muerte de Alfonso, valiente e ilustre rey de Aragón, se cuentan 59 años; y hasta el asesinato de Enrique, rey de los ingleses, 62 años; y hasta la muerte de Luis el Gordo, rey de los francos 63; y desde la colocación de la primera piedra en sus cimientos, hasta la colocación de la última, pasaron 44 años.
Desde el comienzo de la obra hasta nuestros días, este templo florece con el resplandor de los milagros de Santiago, pues, en él se concede la salud a los enfermos, se restablece la vista a los ciegos, se suelta la lengua de los mudos, se franquea el oído a los sordos, se da movimiento libre a los cojos, se concede liberación a los endemoniados y, lo que es todavía más, se atienden las preces del pueblo fiel, se acogen sus ruegos, se desatan las ligaduras de los pecados, se abre el cielo a los que llaman a sus puertas, se consuela a los afligidos, y las gentes de todos los países del mundo allí acuden en tropel a presentar sus ofrendas en honor del Señor.
La dignidad de la iglesia de Santiago
Y no se debe olvidar que el papa San Calixto, de buena memoria, transfirió desde Mérida, ciudad metropolitana en territorio sarraceno, la dignidad episcopal, concediéndosela por devoción y en honor del Apóstol a la iglesia de Santiago y a su misma ciudad. Y como consecuencia ordenó y confirmó, como primer arzobispo de la sede apostólica de Compostela, al nobilísimo Diego que con anterioridad era obispo de Santiago.
Capítulo X: Número de los canónigos de Santiago
Tiene además esta iglesia siguiendo, según es tradición, la serie y denominación de los 72 discípulos de Cristo, 72 canónigos que siguen la regla de San Isidoro, doctor de la iglesia española. Entre ellos se reparten por semanas las ofrendas del altar de Santiago. Se dan al primero las de la primera semana, al segundo las de la segunda, al tercero las de la tercera y así sucesivamente se reparten hasta el último. Cada domingo, según cuentan, se dividen las ofrendas en tres partes, la primera de las cuales las recibe el canónigo de turno. Los dos tercios restantes se vuelven a dividir en tres partes; una para sustento de los canónigos, otra para la fábrica de la basílica y la tercera para el arzobispo.
Pero las ofrendas de la semana que va del domingo de Ramos a Pascua, deben entregarse reglamentariamente a los peregrinos pobres del hospital. Es más, si se quiere cumplir con la justicia divina, en cualquier época del año hay que entregar la décima parte de las ofrendas del altar de Santiago a los pobres que lleguen al hospital. Pues todos los peregrinos pobres, la noche del día en que llegan al altar de Santiago deben recibir en el hospital, por amor de Dios y del Apóstol, hospitalidad completa.
Por lo que a los enfermos se refiere, deben ser atendidos allí caritativamente hasta su muerte o hasta su recuperación completa. Pues así se hace en San Leonardo. Cuando pobres llegan en peregrinación, reciben allí comida. Además, siguiendo la tradición, se han de entregar a los leprosos de la ciudad, las ofrendas que todos los domingos se hagan al altar, desde el amanecer hasta la hora tercia. Y si algún prelado de la basílica cometiese fraude en esto, o cambiase el sistema de distribución de las ofrendas que hemos expuesto, que su pecado se interponga entre Dios y él.
Capítulo XI: De la acogida que hay que brindar a los peregrinos en Santiago
Todo el mundo debe recibir con caridad y respeto a los peregrinos, ricos o pobres, que vuelven o se dirigen al solar de Santiago, pues todo el que los reciba y hospede con esmero, tendrá como huésped, no sólo a Santiago, sino también al mismo Señor, según sus palabras en el evangelio: “El que a vosotros recibe, a Mí me recibe”. Hubo antaño muchos que incurrieron en la ira de Dios por haberse negado a acoger a los pobres y a los peregrinos de Santiago. En Nantua, una villa entre Ginebra y Lyón, a un tejedor se le cayó súbitamente al suelo el paño, rasgado por medio, por haber rehusado dar pan a un peregrino de Santiago que se lo pedía.
En Vilanova, un peregrino de Santiago, necesitado, pidió limosna por amor de Dios y de Santiago, a una mujer que teniendo el pan todavía entre las brasas calientes, le dijo que no tenía pan. El peregrino le dijo: “¡Ojalá el pan que tienes se te convierta en piedras!”. Se fue el peregrino de su casa, y estaba ya lejos de ella, cuando se acercó la mujer a las brasas con intención de coger el pan y en su lugar encontró una piedra redonda. Arrepentida de corazón se fue tras el peregrino, pero no lo encontró.
Volviendo sin recursos en cierta ocasión de Santiago, dos nobles galos pidieron hospedaje por amor de Dios y de Santiago, en la ciudad de Poitiers, desde la casa de Juan de Gautier hasta San Porcario, sin encontrarlo. Al fín se hospedaron en la última casa de aquella calle, junto a la iglesia de San Porcario, en casa de un pobre; y he aquí que por venganza divina, un voraz incendio abrasó toda la calle desde la casa en que primero habían solicitado hospedaje, hasta aquella en la que se hospedaron. Y eran unas mil casas. Pero la casa en que se hospedaron los siervos de Dios, por gracia divina quedó intacta. Por lo que se debe saber, que los peregrinos de Santiago, pobres o ricos, tienen derecho a la hospitalidad y a una acogida respetuosa.
AQUI TERMINA EL LIBRO V DE SANTIAGO APOSTOL GLORIA AL ESCRITOR Y GLORIA AL LECTOR ESTE CODICE LO ACOGIO DILIGENTEMENTE, PRIMERO LA IGLESIA ROMANA, PUES FUE COMPUESTO EN DIVEROS LUGARES: EN ROMA, EN TIERRAS DE JERUSALEN, EN LA GALIA, EN ITALIA, EN ALEMANIA Y EN FRISIA, Y PRINCIPALMENTE EN CLUNY.