«El sueño de muchos extranjeros cuando hacen el Camino es abrir un albergue en Galicia, el sentimiento del momento se apodera de ti». Tal debe ser ese sentimiento que una gran cantidad de albergueros ubicados en las rutas jacobeas gallegas nada tienen que ver con Galicia. Son peregrinos extranjeros que hacen el Camino y sienten que quieren dedicar su vida a él. «Los que somos de fuera y montamos un albergue tenemos factores en común», dice uno de ellos.
Estos albergueros comparten, por un lado, estar viviendo situaciones complicadas y por otro, haber encontrado el amor en el Camino.
Una italiana y un holandés que se enamoraron en el Camino
Este último es el caso de Jessica Moro y Marijn Voogt, una italiana y un holandés, respectivamente. En el 2011 coincidieron en el fin del Camino en Fisterra, pero fue el inicio de otra historia. «Nos enamoramos, regresamos cada uno a nuestro país, estuvimos dos meses en contacto separados y supimos que era en Galicia donde teníamos que juntar nuestras vidas», cuenta Jessica.
Estuvieron muchos meses buscando un lugar adecuado y lo encontraron en A Balsa, una aldea de 18 habitantes en Triacastela. Realizaron un crowfunding y en el 2012 abrieron el albergue ecológico El Beso. «La vida trabajando en el Camino es como hacerlo continuamente», presume Jessica. Se alegran de haber dado un vuelco a sus vidas, aunque ahora que tienen una hija de seis años les preocupa no tener todos los servicios que necesita.
Una pareja holandesa fascinada por el Camino
Internacional también es el amor de Ria Meinema y Ton Jonssen, pero por el Camino. Estos dos holandeses ya se conocían antes de peregrinar a Santiago. Tras hacerlo en numerosas ocasiones, Ria tuvo claro que era ahí donde quería vivir. Dejaron su trabajo, su casa y su familia holandesa y se instalaron en Ponte Ferreira. «Mi marido me decía que estaba loca», dice Ria. Desde el 2018 regentan un albergue en la pequeña localidad de Palas de Rei, a la que dan vida ellos y el Camino.
Un matrimonio catalán en un momento de crisis
De un poco más cerca, son los gerentes el albergue Alma do Camiño, en el centro de Sarria. El matrimonio catalán Alejandro y Maite tienen el albergue desde el 2014. «Estuve mucho tiempo detrás de mi mujer para hacer el Camino y al final lo hizo ella antes con unas amigas, pero eso le abrió los ojos», explica entre risas Alejandro.
A raíz de la peregrinación de Marta y en plena crisis del 2010, el matrimonio apostó por el Camino para ser la oportunidad que mejorara su vida. Invirtieron todo su patrimonio, se mudaron con sus hijas y se instalaron en Sarria. Y no, no se arrepienten. Alejandro tiene claro por qué ha merecido la pena: «Cada día aquí es un viaje sin moverte siquiera; viene el mundo a ti».
Un catalán que conoció al amor de su vida peregrinando en Sarria
Desde Cataluña también llegó José Mejías, pero encontró el amor en Sarria. Al preguntarle por qué abrió el albergue solo hay una respuesta válida: Marta. Cuando José hizo el Camino en el 2002 conoció a esta sarriana y decidió vender su casa y dejar su vida para abrir el albergue A Pedra, en esa misma localidad. Ahora puede presumir de que su trabajo sea también su hobbie. «La gente en el Camino se transforma, hay algo que te hace ser bueno».
Una panameña y un gallego que le quieren dar vida al rural
El último de los ejemplos viene desde otro continente. La panameña, con raíces gallegas, Ana Isabel González lleva junto a su marido, Gonzalo Pereiro, el albergue Casa Domingo en Ponte Campaña, la aldea de él en Palas de Rei. Ambos querían ayudar a reactivar la parroquia. Cuenta que fueron el tercer albergue de Galicia en el 2003 y todavía son unos apasionados del trato con los peregrinos extranjeros. «Aquí se ha llegado a casar gente haciendo el Camino incluso», relata Ana.
Leído en La Voz de Galicia